Vida activa y contemplativa
Se podría acuñar un eslogan a la vida en sociedad que dijera algo así como tu valor está en lo que haces, siendo así que la acción define la validez o no de tu vida. La producción se convierte entonces en el criterio moral de la vivencia en sociedad, marcada claramente por el utilitarismo que afecta incluso a aquellas acciones más «puras» como pudieran ser las técnicas de mindfulness, yoga, meditación, oración, etc. Incluso para estas actividades existen aplicaciones que te dicen si vas bien o no, según el ritmo en que las practiques. Nada se salva de esto. Es fácil entender que esto que he descrito entra dentro de la categoría de vida activa, pues es la acción, entendida como actividad incesante, la que define este tipo de existencia.
Existe otro tipo de vida, la vida marcada por la contemplación. Aquellas personas que estén más o menos familiarizadas con la práctica cristiana, me refiero aquí a la católica romana, recordarán que existen congregaciones u órdenes dentro de la Iglesia que se dedican a cuestiones en concreto, es lo que se conoce como carisma. Unas se dedican a la educación, por ejemplo los jesuitas, y otras a la vida de oración, dígase las órdenes monásticas. Aquí la diferencia entre vida activa y contemplativa es fácil de hacer. ¿Qué ocurre en nuestra sociedad? Pareciera que la apuesta por un tipo de vida lleva a desechar a la otra cuando lo que sería ideal es la conjunción de ambas en una vida equilibrada. El problema radica, tal y como dice Byung-Chul Han (2023), «dado que solo percibimos la vida en términos de trabajo y rendimiento, interpretamos la inactividad como un déficit que ha de ser remediado cuanto antes (pág 11)». La buena noticia es que todas las personas, o al menos la mayoría, han tenido vida contemplativa en algún momento.
Pensar en dedicar un tiempo a no
hacer nada, a perder el tiempo, pudiera parecer improductivo, ser visto como
una forma de inactividad, aunque esta realidad es una forma de intensidad
nueva. Es esta intensidad la que permite una especie de ver sin ver que revela
aspectos nuevos de la realidad que estaban escondidos, es la intensidad que
posibilita la experiencia estética. Esto es, pues, la contemplación. No
obstante, para esta contemplación hay que estar preparados, no se puede llegar
a ella con la misma actitud que tenemos en el día a día, pero la buena noticia
es que toda persona tiene esta capacidad. La disposición o la forma de entrar
por la puerta de la contemplación es el silencio, que hace de nexo entre los
dos tipos de vida.
Byung-Chul Han (2023) dice que «sin calma, se produce una nueva barbarie. El callar le da profundidad al habla (pág. 12)». El silencio humaniza, pero es cierto que también es inquietante. Cuando se hace silencio exterior afecta a nuestro interior, pues, curiosamente, da paso al diálogo interno. Este silencio actúa como una luz que ilumina la morada interior, usando el símil teresiano, y deja ver aquellos aspectos que no están tan bien como se creía y que necesitan ordenarse. Ortega decía que la realidad que se ignora prepara su venganza y en este sentido viene bien hacer este ejercicio iluminador. Quizás sea esta la razón por la que todos en algún momento hemos huido del silencio.
No nos engañemos ni nos sintamos mal por no tener este sentido activo, en parte si estamos así es por el ritmo de la sociedad en la que nacimos y estamos inmersos. El silencio es peligroso en la medida en que nos saca de la barbarie y nos humaniza, y esto es perjudicial para el poder. Se quejaba Simone Weil que los obreros de su época no tenían tiempo para el ocio ni para sus familia, y reflexionaba sobre lo peligroso que pudieran ser estas acciones para los poderosos de su tiempo, pues, el exceso de trabajo dejaba sin fuerzas para pensar en otra cosa. Esa otra cosa podría ser la revolución. Byung-Chul Han (2023) dice algo parecido: «la obligación de actuar y, aún más, la aceleración de la vida se están revelando como un eficaz medio de dominación. Si hoy ninguna revolución parece posible, tal vez sea porque no tenemos tiempo para pensar (pág. 30)». Este no tener tiempo para pensar nos lleva a la comodidad de aceptar lo que nos viene dado sin mayor sentido crítico y cuando se nos presenta algo diferente no consideramos su valor.
Se hace necesario reactivar ese
sentido contemplativo. ¿Quién no ha perdido tiempo alguna vez mirando pasar las
nubes?, ¿quién no ha visto un atardecer o las olas del mar llegando a la
arena?, ¿quién no se ha quedado maravillado contemplando su obra favorita?
¡Esto es contemplación! Hacerlo nos hace más humanos, conscientes de que somos
más de lo que hacemos.
Valentín
González Pérez
Vida activa y
contemplativa
Bibliografía
- BYUNG-CHUL HAN.(2023). Vida
contemplativa. Taurus.
Como citar este artículo: GONZÁLEZ PÉREZ, VALENTÍN. (2023). Vida activa y contemplativa. Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 2, (CS27). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2023/04/vida-activa-y-contemplativa.html
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Mira que es difícil construir algo que aporte y sea sensato desde Byung-Chul Han, pero esta columna lo hace sin ningún esfuerzo
ResponderEliminarA propósito de contemplar nubes, aquí unos versos de José Mateos:
ResponderEliminar"Ya sé que a veces lo que canto es triste,
que hay bombas y otra vez niños que mueren
y que la enfermedad, la envidia, el hambre
los escondemos para estar tranquilos.
Pero mira: una nube. Mansamente
deja en el cielo el rastro de algo eterno
a punto de ser aire, de ser nada.
¿De qué mal nos perdona? ¿A quién redime?"