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Reencantando el mundo en buena compañía

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Reencantando el mundo en buena compañía

Ha pasado ya más de un siglo desde que Max Weber anunciara en su célebre conferencia La ciencia como vocación el fenómeno que él denominó «desencantamiento del mundo» (Entzauberung der Welt en el original alemán). Por este el sociólogo se refería a la pérdida de fe en poderes ocultos o imprevisibles fruto de la progresiva intelectualización y racionalización de nuestras sociedades. En el presente se ha extendido la creencia en que «todo puede ser dominado mediante el cálculo y la previsión» (Weber, 1979: p. 200).

    Esta progresiva racionalización y secularización del mundo ha supuesto un alejamiento de las viejas supersticiones y dogmas que atenazaban a los individuos en el pasado. Sin embargo, dicho alejamiento no ha acarreado una liberación social. El desencantamiento del mundo, históricamente ligado al desarrollo del capitalismo y la racionalidad que aparentemente ha impuesto, tiene más que ver con un afán de eficiencia en la producción y distribución de bienes que con la emancipación del género humano. Más bien al contrario, la voluntad de control que el capitalismo desencantado impone se ha traducido en una incesante burocratización de la vida y en el escrutinio de la conducta de las personas a fin de extraer rédito económico. No solo eso: este desencantamiento controlador se extiende hacia el resto del mundo natural y está a la base de la crisis ecosocial en la que nos encontramos hoy, pues si la naturaleza es simple materia desanimada, ¿qué nos impide ejercer un dominio implacable sobre ella?

Todo ello ha sido posible gracias a la creciente tecnologización de nuestras sociedades. Esto no implica realizar una enmienda a la totalidad de la tecnología, cuyos usos son variados y en muchas ocasiones benignos. Ahora bien, el papel central que desempeña en nuestro mundo ha sido clave para posibilitar el control sobre los cuerpos y la naturaleza, así como para alienar a aquellos de esta, sustrayendo a las personas la autonomía que proporciona saber desenvolverse en sus ecosistemas con una menor mediación tecnológica.

    Con esto en mente, Silvia Federici (2020) afirma que hay que interpretar el desencantamiento del mundo «en un sentido más político, como una referencia al surgimiento de un mundo nuevo en el que nuestra capacidad para reconocer la existencia de otras lógicas distintas a la lógica del desarrollo capitalista se pone cada día más en duda” (p. 267)». Frente a este derrotismo que implica asumir el control y la injusticia social por un lado y el ecocidio sin frenos por otra, Federici invoca la necesidad de recuperar nuestra relación con la tierra, las demás personas y nuestro cuerpo.

La pregunta es: ¿cómo? Una opción sería reiniciar la historia y retrotraernos a un tiempo encantando, sí, pero también supersticioso y abundante en cadenas. Pese a la sencillez que reviste este camino, su complejidad se revela al asumir lo imposible de dar sin más marcha atrás a la historia. Una alternativa pasa por abrazar ciertos neopaganismos como el culto a la Gran Diosa, una suerte de panteísmo ecofeminista, o una teología cristiana renovada que deje atrás el legado patriarcal y de escisión con la naturaleza propio del cristianismo ortodoxo. Aunque claramente a la altura de los tiempos, este reencantamiento exige una fe que no todas las personas nos podemos permitir. Dice José Luis Gómez Toré (2023) parafraseando a Heinrich von Kleist: «solo podemos comer del árbol de la vida a través del árbol de la ciencia, no hay camino de vuelta al paraíso» (comunicación personal).

Ante estas dificultades Alicia Puleo (2008) propone un «reencantamiento racional» que beba del ecofeminismo ilustrado con base en «la idea de ecojusticia y en un materialismo compasivo» (pp. 46-47). Tal vez no ya podamos depositar nuestra fe en entidades metafísicas, pero eso no implica que tengamos que reducir las entidades físicas, orgánicas e inorgánicas, al estatus de máquinas, como si el universo entero fuese un reloj sin más éxtasis posible que el que brinda un engranaje en funcionamiento.

En un célebre pasaje de sus Pensamientos Pascal confesaba:

«Cuando considero la breve duración de mi vida, absorbida en la eternidad que la precede y la que la sigue, el pequeño espacio que lleno y cuando, por lo demás, me veo abismado en la infinita inmensidad de los espacios que ignoro y que me ignoran, me aterro y me asombro de verme aquí antes que allá, ya que no hay razón porque esté aquí antes que allá, porque exista ahora más que entonces. ¿Quién me ha puesto aquí? ¿Por orden de quién me han sido destinados este lugar y este tiempo? El silencio eterno de los espacios infinitos me aterra, ¡cuántos reinos nos ignoran!».

      Frente a esta sensación de soledad que nos produce mirar hacia el arriba silencioso tenemos la opción de mirar hacia abajo, escuchar y exclamar: ¡cuántos reinos nos conocen! Pues la tierra es un bazar ruidoso donde el reino animal y el vegetal, el reino Fungi, las protistas, las bacterias y las arqueas intercambiamos nutrientes y genes, deviniendo las unas junto a las otras. No hace falta fe en lo ultraterreno para reencantar el mundo, solo la intimidad entre desconocidos de que hablaba Margulis, el encuentro simbiótico constante entre seres vivos por el cual existimos.

«Desde este punto de vista», sostiene Ursula K. Le Guin (2015), «los humanos aparecemos como nodos relacionales intensos, conscientes y vívidos en una red infinita de conexiones, simple o complicada, directa o discreta, fuerte o delicada, temporal o duradera. Una red de conexiones infinita pero localmente frágil, con y entre todo —todos los seres—, incluyendo a los que clasificamos en general como cosas u objetos» (p. 37). ¿Acaso no supone una peligrosa subjetivación del universo? se pregunta la escritora. Ciertamente, pero viendo a dónde nos ha llevado objetivarlo este parece el mejor camino.

     Desde este materialismo compasivo reencantar el mundo significa amar (sin idealizar) la biodiversidad, los ecosistemas de los que formamos parte, las innumerables simbiosis que se producen en ellos y los procesos materiales por los cuales todas ellas se mantienen. Sin embargo, este gesto implica superar las lógicas capitalistas individualistas, antropocéntricas, tecnólatras y ecocidas que median entre nosotros y el resto del mundo natural. Retomando las reflexiones de Le Guin (ibid.): «Cambiar de opinión no va a constituir un pequeño cambio. Para usar el mundo adecuadamente, con la capacidad de detener su desperdicio y el de nuestro tiempo en él, lo que necesitamos es volver a aprender a estar en él» (p. 38). Deberemos transformar nuestra mentalidad al mismo tiempo que el sistema socioeconómico que la ha hecho posible. Quizás así logremos mirar el mundo con renovado encanto.  

 

Bibliografía

FEDERICI, SILVIA. (2020). Reencantar el mundo: el feminismo y la política de los comunes. Traficantes de sueños: Madrid (España)

LE GUIN, URSULA K. (2015). «Deep in admiration» en Late in the Day. PM Press: Binghamton (NY, EEUU)

PULEO, ALICIA. (2008). «Libertad, igualdad y sostenibilidad. Por un ecofeminismo ilustrado» en Isegoría, 38, 39-59

WEBER, MAX. (1979). El político y el científico. Alianza: Madrid (España)


Cómo citar este artículo: ORTEGA VERDE, PAVLO. (2023). «Reencantando el mundo en buena compañía». Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 2, (CM26). https://www.numinisrevista.com/2023/04/reencantando-el-mundo-en-buena-compania.html

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4 comentarios:

  1. Ceres López García12 de abril de 2023, 9:37

    Una columna lúcida y esperanzadora. Un placer leerte ☺️

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  2. María Sancho de Pedro14 de abril de 2023, 23:46

    A mí sí que me re encanta leerte y ver esa bibliografía tan chula!

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