Escrito con motivo de la hybris ecoestética de nuestra civilización
En 1950 25 millones de personas se desplazaban anualmente por razones turísticas. En 2019 ese número superaba los 1400 millones. Este incremento fulgurante se ha notado principalmente en ambientes urbanos: todos los grandes destinos turísticos son extensas ciudades (Bangkok, París, Londres, Singapur…) y destacados puntos neurálgicos en el ámbito económico o cultural. A pesar de un progresivo y reciente cambio de tendencia, el turismo de playa se ha impuesto históricamente frente al de interior, como demuestran las masificadas playas mediterráneas españolas frente a la meseta, tradicionalmente menos copada por el turismo nacional e internacional. Dentro del propio turismo de interior, aquellos lugares que proponen de nuevo bienes de mayor interés deportivo, cultural o gastronómico se imponen ante los que no pueden mantener el pulso en esta oferta. En definitiva, si bien el turismo se caracteriza por la variedad y la amplia selección donde elegir, todo él se organiza en torno a redes o nodos que privilegian unas determinadas áreas, ciudades o territorios en general frente a los demás.
Quien quiera disfrutar de
unas vacaciones en la nieve escogerá preferentemente ubicaciones como Grenoble
o Sallent del Gállego. Quien se decante en cambio por el mar y el sol tendrá
entre sus destinos ideales Acapulco, Marbella o las islas Cíes. Quien sea
partidario del turismo de naturaleza privilegiará las cataratas del Iguazú o un
safari por el Serengueti, así como quien defienda el turismo rural se verá
satisfecho en un albergue acogedor de Albarracín o La Alberca. Los amantes de
la cultura preferirán ciudades tales como Florencia o San Petersburgo, por no
hablar del turismo religioso, que descansa invariablemente sobre lugares como
Santiago de Compostela, La Meca o Bodh Gaya. La razón es simple: estos sitios
cumplen una función determinada, un papel que sacia las demandas de personas
viajeras de toda índole y procedencia. La hoy masiva actividad turística ha
creado auténticos santuarios y pequeños templos a su alrededor. Se ha convertido en un ejercicio espiritual en torno a lugares que han desarrollado
un aura no necesariamente de exclusividad, por más que muchos reclamos
turísticos sean únicos, sino de satisfacción. De hecho la normatividad del
turismo tiene algo de peregrinación religiosa.
Ahora
bien, ¿qué ocurre con los lugares no favorecidos por este modelo? ¿Qué sucede
con aquellos emplazamientos que, bien por ser directamente inanes o
indeseables, bien por ser los menos privilegiados dentro de un área preferencial
(véase un barrio marginal dentro de una ciudad hiperturística como puede ser
Barcelona) no obtienen el privilegio de ser dignos del turismo? No hablo de territorios
potencialmente explotables por su atractivo paisajístico, histórico o cultural.
Se trata de lugares de bajísimo valor en todos los sentidos, auténticas
nulidades (conforme a los parámetros turísticos, claro). ¿Están condenados los arcenes de la M-30, el alcantarillado de Nueva Delhi o los descampados de Gary (Indiana, EEUU) a la
insignificancia perpetua? Es ahí donde entra en escena el posturismo.
Como
su nombre indica, este concepto pretende ser una superación de los parámetros
que rigen el turismo contemporáneo, no tanto en su dimensión de masas (nada hay
de malo en que personas de toda laya viajen por el mundo) cuanto en lo que
respecta a la insostenibilidad (ecosocial) del modelo y a su supremacismo topológico, entendiendo por este el privilegio de ciertos puntos en el mapa sobre los demás por las (contingentes) razones arriba mencionadas. El posturismo se erige no solo como una actividad,
sino como un dispositivo artístico en clave de performance cuyo objetivo es
democratizar la noción de destino turístico y enfatizar el proceso mismo del
viaje.
En
el siglo XX figuras como John Cage o Marcel Duchamp expandieron notablemente el
rango de acción de la música y las artes plásticas, respectivamente, al liberalizar
el selectivo criterio que ataba ambas disciplinas a unos determinados cánones y
prejuicios estéticos. La música había estado aherrojada a las 12 notas de la
escala cromática y al protagonismo de la composición. Las artes plásticas eran
esclavas de una rígida concepción de lo pictórico o lo escultórico. En
definitiva, las dos permanecían presas de una específica idea de ejecución y
autoría, por lo que las aportaciones de estos artistas lograron expandir las fronteras de
sus actividades al admitir en su seno sonidos y ruidos no melódicos de toda
índole (en el caso de la música) y objetos preexistentes (en lo tocante a la
pintura y la escultura). La hegemonía de las partituras y los instrumentos, del
cincel, el lienzo y los pinceles, había terminado.
Tomando
el camino vanguardista de las artes en el siglo pasado, el posturismo reclama
esta misma apertura aplicada a los destinos turísticos: partimos de la base de
que el interés cultural, natural o de cualquier otro tipo es condición
suficiente pero no necesaria para realizar un viaje. Por ello nuestra
intención es superar las motivaciones tradicionales del turismo, favoreciendo y
realizando viajes a destinaciones aparentemente irrisorias (conforme a los
estándares establecidos). El objetivo principal no es otro que viajar por el
mero hecho de hacerlo, añadiéndole un valor performático a esta acción,
disfrutando en el camino y privilegiando el proceso por encima de la meta. La
consecuencia colateral de esta aparentemente vana propuesta es el
cuestionamiento del statu quo en materia de ocio vacacional y, en un sentido más
amplio, la gestión y el acercamiento al tiempo libre en nuestras sociedades,
así como su finalismo, que minimiza el medio en pro de una recompensa siempre por
llegar.
Entendemos
que ética-política y estética son categorías diferentes, aunque ampliamente
interconectadas. El viaje posturista ha de comprenderse como una pieza
artística y de valor independiente, por encima de cuestiones ideológicas, pero,
como cualquier obra de arte, no escapa a su contexto sociopolítico ni a la
participación y transformación del mismo, por lo que con su realización se
aspira indirectamente (sin olvidar sus fines estéticos y recreativos directos)
a la subversión de un determinado estado de cosas. Así pues, esta estetización
de lo no-turístico debe interpretarse al mismo tiempo como su etización y por ende como su politización.
El
posturismo está fuertemente emparentado con el postureo y se puede considerar
su brazo crítico y militante en la medida en que los viajes posturistas no deben
renunciar a la exposición en redes sociales ni a la ostentación propia de quien
ha ido a un lugar aparentemente «exclusivo», sino que puede y debe apropiarse
de estas tácticas para difundirse e ironizar sobre ellas, siempre rechazando toda
forma de elitismo y aspirando a reforzar la cultura y el arte también en las
redes.
Como ya hemos mencionado, el arquetipo del posturismo consiste en realizar un viaje a un lugar marginado por la normatividad turística contemporánea, sea el que fuere, pero no es la única acción posturista. Lo son también los gestos concretos que socaven un viaje tradicional desde el interior, como puede ser realizar una fotografía de una papelera frente al Duomo de Florencia o dándole la espalda a la Dama de Baza, subiéndolo después a las redes sociales para su difusión. Otro acto posturista privilegiado es la abstención del viajar. Reinvidicamos por tanto las vacasaciones, los planes cotidianos y el encanto de no hacer nada extraordinario (sin olvidar que muchas personas no pueden permitirse otra cosa por causas económicas). Más allá de estas líneas orientativas, la ética posturista es antidogmática y está abierta a reformas, críticas, propuestas e inclusiones por parte de cualquier persona dispuesta a participar. Conviene destacar a su vez que el posturismo NO es enemigo del turismo ni contrario al mismo y es capaz de convivir e incluso de hibridarse con él. Sus objetivos son claros, al igual que sus preferencias y oposiciones ideológicas, mas no así sus rivales, que no existen (siempre y cuando se respete los límites biofísicos y ecosociales del planeta).
En resumidas cuentas, frente –nunca contra– la turistización de la vida y la política, reivindicamos la vitalización y politización estética del turismo, convertido en posturismo con fines ante todo lúdicos y artísticos, pero abierto y militante ante el cuestionamiento y regeneración de aquello que deba ser cuestionado y regenerado.
¡Las rotondas de Navalcarnero son tan divinas como la Sagrada Familia!
El Boalo, 9 de abril de 2020.
Pavlo Verde Ortega
Manifiesto posturista
Cómo citar este artículo: VERDE ORTEGA, PAVLO. (2023). «Manifiesto posturista». Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 2, (CM28). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2023/04/manifiesto-posturista.html
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Estetizar los entornos poco frecuentados incluso de tu propia localidad es una postura política muy necesaria ante la situación de crisis climática y global que vivimos. Por ello, desde aquí quiero hacer una merecida publicidad a los parajes de mi San Agustín de Guadalix y a su maravillosa Dehesa del Moncalvillo. :)
ResponderEliminar¡Di que sí!
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