La
idea del arraigo en Simone Weil
Una categoría central en Simone Weil es el arraigo/desarraigo, pero antes de profundizar en esto se tomará un ejemplo del mundo natural para dar mayor claridad a este propósito. Si se acude a un bosque se puede apreciar gran cantidad de árboles, cada uno de forma diferente aunque sean de la misma especie, y junto a ellos otras especies de árboles. Todos los árboles conviven en armonía y cada uno de ellos ha vivido un proceso que le da fijeza al suelo. Cada árbol ha echado raíces, ha crecido y se ha afianzado en un terreno previamente preparado por la existencia de otros árboles mediante caída de hojas, material muerto y otros componentes que han creado ese humus que ha transformado el suelo en terreno fértil. Las raíces del árbol le posibilitan mantenerse firme ante las inclemencias del tiempo y la cercanía de los demás ayuda a su conservación y reproducción. Con este ejemplo de la naturaleza se puede explicar la necesidad de echar raíces, de arraigarse en un lugar concreto, y ese echar raíces da firmeza. La importancia de las raíces, además de fijar en la tierra, es que son indispensables para que el árbol se eleve al cielo. Se aúnan así la inmanencia y la trascendencia como consecuencia de ese echar raíces. Además, aunque cada árbol es único, conviven en una colectividad que, anteriormente a su llegada, ya había creado un suelo nutricio para su nacimiento, y el mismo repetirá el proceso para las próximas generaciones. Esto que se explica de los árboles puede extrapolarse a cada uno de nosotros, cómo se hará a continuación. Se combinan en este ejemplo los conceptos de comunidad, individuo y raíces, que se nutren de una herencia recibida y de la que adquieren fortaleza. Simone Weil en su libro Echar raíces se refiere a esta combinación anterior cuando dice:
Echar raíces quizá sea la
necesidad más importante e ignorada del alma humana. Es una de las más
difíciles de definir. Un ser humano tiene una raíz en virtud de su
participación real, activa y natural en la existencia de una colectividad que
conserva vivos ciertos tesoros del pasado y ciertos presentimientos de futuro.
Participación natural, esto es, inducida automáticamente por el lugar, el
nacimiento, la profesión, el entorno. El ser humano tiene necesidad de echar
múltiples raíces, de recibir la totalidad de su vida moral, intelectual y
espiritual en los medios de que forma parte naturalmente (Simone Weil, 2014, p.
49).
Simone Weil deja clara la importancia que estar bien
fundamentados, arraigados, tiene para la persona. La persona no aparece por
generación espontánea en un tiempo y espacios concretos desde donde tiene que
configurarse, sino que esta aparición se da desde la encarnación concreta en
ese espacio y tiempo que lo configura. Es cierto que luego la persona puede
tomar una dirección u otra, pero los primeros materiales de la construcción de
su ser salen de esa colectividad en la que nace y se forma durante su vida.
Aunque en la filosofía de Simone Weil el hecho de la colectividad pudiera verse
tratado de forma negativa por el hecho de la importancia que da al individuo
racional, ya que la masa no piensa, aquí se ve que la colectividad tiene
también un aspecto positivo en cuanto configuradora inicial de la persona, pues
es el suelo nutricio de donde la persona emerge. Si bien esto es cierto, hay
que recordar que la persona no tiene obligación con la colectividad, sino con
cada persona que compone esa colectividad. Es fácil decir que amo a mi pueblo,
pero lo difícil es decir y mostrar que se ama a cada persona que compone ese
pueblo. La colectividad tiene en sí la riqueza de los tesoros del pasado que
hacen única a esa sociedad, ellos son los materiales iniciales de
construcción y si una sociedad los pierde puede verse casi en la muerte, sin
morir ciertamente, pero a merced de aquel que le ha robado el alma como
hiciera, a juicio de Weil, el Imperio Romano con los pueblos que conquistaba.
En su reflexión en torno al tema del desarraigo advierte
que este se produce debido a dos venenos que toda sociedad tiene en sí a la
hora de relacionarse sus miembros:
Por último, las relaciones sociales en el
interior de un mismo país pueden ser factores de desarraigo muy peligrosos. En
nuestro ámbito, en nuestros días, aparte de la conquista, hay dos venenos que
propagan esta enfermedad. Uno es el dinero. El dinero destruye las raíces por
doquier, reemplazando los demás móviles por el deseo de ganancia (Simone Weil,
2014, p.50).
En estos días en que se escribe este artículo se percibe
muy bien estos dos venenos. La realidad nos muestra cómo el pueblo de Ucrania
tiene que salir de su patria, del suelo nutricio en donde cada persona germinó
y se configuró, y arrancados por la barbarie huyen hacia otras tierras en busca
de refugio, tierras en las que no comparten otra cosa que la solidaridad humana
del que acoge y el agradecimiento del acogido. Allí, en diferente suelo,
tendrán que echar raíces y configurarse desde su condición de desarraigados.
Dejan atrás los tesoros del pasado heredado y configurado por la gente que les
ha precedido y tienen por delante la misión de dar nuevos tesoros a su
descendencia. El tesoro del pasado es importante porque en él va inmerso
también la espiritualidad de los pueblos.
El futuro no nos aporta nada, no nos da nada;
somos nosotros quienes, para construirlo, hemos de dárselo todo, darle nuestra
propia vida. Ahora bien: para dar es necesario poseer, y nosotros no tenemos otra
vida, otra savia, que los tesoros heredados del pasado y digeridos, asimilados,
recreador por nosotros mismos. De todas las necesidades del alma humana,
ninguna más vital que el pasado (Simone Weil, 2014, p.54).
Nada más cruel que aquel que se siente desarraigado de la
tierra y del cielo. Del crisol del sufrimiento saldrá un nuevo pueblo que, si
no diluye su identidad en el destierro, abonará el suelo nutricio cuando
regresen.
Otro veneno que produce el desarraigo es el dinero porque
obliga a mover las raíces por querer ganar más. Esto no concierne solamente al
hecho de que por ganar más dinero una persona abandone su patria y se dirija a
otro lugar, sino también por el abandono de sí mismo por ganar más. Una persona
se desarraiga por dinero cuando acepta explotación laboral, unas condiciones de
trabajo indignas y se deja someter a esa fuerza que le aplasta y que lucha por
quitarle su dignidad. El dinero convierte a la persona en una etiqueta, un
obrero por poner un ejemplo, y si quiere conservar esa etiqueta ha de plegarse.
No se pretende demonizar al dinero con esta reflexión sino hacerlo relativo a
la persona, siendo que, emulando el pasaje evangélico sobre el sábado, el
dinero se hizo para la persona y no la persona para el dinero.
Un factor que también favorece el desarraigo de la persona
es la cultura orientada eminentemente a la técnica y la especialización en
saberes concretos, de tal forma que hoy existe una mayoría que sabe mucho de
poco, de un aspecto parcial del conocimiento en el que se especialización, y
pocas personas saben poco de mucho, es decir, de un conocimiento general a modo
de la persona humanística de antaño. Así lo dice Simone Weil:
De ello resultó una cultura desarrollada en un
ámbito muy restringido, separado del mundo, en una atmósfera cerrada; una
cultura considerablemente orientada a la técnica e influida por ella, muy
teñida de pragmatismo, extremadamente fragmentada por la especialización y del
todo privada de contacto con este universo y de apertura al otro mundo (Simone
Weil, 2014, p. 51).
De esto surge una crítica educativa importante, pues el
sistema actual de enseñanza se centra mucho en la adquisición de competencias y
parece justificar en la teoría de las inteligencias múltiples que un alumno
sepa mucho de música y nada de matemáticas. Si a ese ser especializado,
alumnado de nuestro siglo XXI, se le saca del ámbito en donde sabe moverse se
sentirá desarraigado y un hecho tal hará justificable un pasar de curso con
asignaturas suspensas por no dañar su autoestima, como si la autoestima pudiera
sustituir a la educación.
Unido a lo anterior y, aunque esa especialización se da en
el ámbito del saber, nos encontramos con la misma situación con la que se
encontró Simone Weil en su época, en donde «el deseo de aprender por aprender
se ha vuelto muy raro» (Simone Weil, 2014, p.51) Sin la puesta en práctica de
aquello que nos diferencia del resto de animales, la razón, la persona está a
merced de la masa en la que pierde su individualidad y queda sometida a la
fuerza. Es por este hecho que una de las raíces de la persona tiene que ser su
capacidad de razonar, pues esta guiará aquellos lugares en los que decidirá
seguir enraizándose.
Se ha reflexionado hasta ahora de las diversas funciones
que tienen el echar raíces, el arraigo, a saber, en el ámbito de la sociedad,
de lo intelectual y de lo espiritual, pero también tiene una función
verificadora de lo trascendente. La relación con Dios se refleja también en las
raíces. Este hecho del arraigo también es importante para Simone Weil
porque muestra la veracidad de la persona que se dice creyente y se convierte
en acicate del cristiano que vive su fe como una especie de fuga mundi
sin ningún compromiso con la realidad que lo circunda.
No es por la manera en que un hombre habla de
Dios, sino por la manera en que habla de las cosas terrenales, como mejor se
puede discernir si su alma ha pasado por el fuego del amor de Dios. Ahí, ningún
disimulo es posible (Simone Weil, 2003, p.84).
Valentín
González Pérez
La
idea del arraigo en Simone Weil
Bibliografía
-
WEIL,
S. (2014). Echar raíces. Trotta.
-
WEIL,
S. (2003). El Conocimiento Sobrenatural. Trotta Editorial.
Como citar este articulo: GONZÁLEZ PÉREZ, VALENTÍN. (2023). La idea del arraigo en
Simone Weil. Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 2 (CS 28). ISSN
ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2023/04/la-idea-del-arraigo-en-simone-weil.html
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La metáfora de las raíces adquiere aún más fuerza ahora que sabemos que los árboles se comunican entre sí a través de ellas y las micorrizas.
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