Un
liberalismo de nuevo horizonte
Reseña
de El horizonte del liberalismo de María Zambrano
María Zambrano nació en 1904 en Málaga y murió en 1991 en Madrid. Aunque ella a sí misma no se consideraba filósofa ni literata («yo lo que soy es republicana» –señaló en otro de sus textos–), lo cierto es que podría decirse que, por supuesto lo fue, además de una intelectual y ensayista que creó una extensa y rica obra literaria.
Centrándonos
en la obra que aquí se reseña, según cuenta el editor del libro Jesús Moreno
Sanz, apareció publicada en septiembre de 1930 hasta con tres títulos
diferentes, que son «Nuevo liberalismo» según la portada, «Horizonte del
liberalismo» en la cubierta, y «Horizontes de un nuevo liberalismo» conforme a
la publicidad que del libro se realizó por el editor Javier Morata. El libro se
edita en un contexto progresista junto a otros títulos que la editorial
publica, y aparece en la colección «Nueva Generación», donde se expresa el profundo
cambio sociopolítico y científico que viene operando en España desde 1925.
De
este modo podríamos decir que Zambrano se sitúa ya entre 1928 y 1930 en una línea
fronteriza de su pensamiento que va entre el «circunstancialismo elitista» de
Ortega y las posiciones a favor de la clase obrera. Su crítica a la burguesía y
sus modos culturales se inserta en una concepción sociológica y política
«espiritualista» cuyo personalismo juega un papel decisivo. Las categorías o
formas poéticas de Zambrano son las vías simbólicas que mostrarán su intento de
afrontar la permanente crisis del siglo XX con una razón «relativa», no
absoluta, no puramente representativa, ni meramente instrumental, no polémica,
no estrictamente dialéctica ni discursiva. Como dirá Moreno Sanz «la tan en
exceso glosada “razón poética” de Zambrano que tantas dificultades y problemas
ocasiona, en orden de ser realmente comprendida antes incluso de manifestarse
explícitamente como tal razón poética (p. 18)».
Adentrándonos
ya propiamente en el contenido de Horizonte del liberalismo, podemos
dividir la obra en dos partes. Una primera en la que aborda asuntos
relacionados con la política y la vida con una dimensión más general, y una
segunda donde profundiza en el liberalismo propiamente.
Así,
en el primer capítulo Zambrano comienza señalando que hay una actitud política
ante la vida que tiene que ver con intervenir en ella con un afán de voluntad
de reforma. Aquí la voluntad de poder no es en sí misma sino para la reforma.
De este modo se explica la relación y a veces la confusión entre religión,
ética y política toda vez que una de ellas es muy fuerte en sus raíces y
absorbe a la otras. Por ello, habrá que buscar la diferencia, que es, por lo
pronto, su campo de acción. Esto es, mientras que ética y religión pueden dirigirse
al individuo aislado, la política necesita la existencia de la sociedad.
La
política es reforma, creación, revolución y lucha. Una conjunción entre el individuo
y la vida. Toda política supone una conciencia histórica, y toda historia no es
sino un diálogo entre el hombre y el universo. Así, toda política parte
necesariamente de una supuesta concepción del hombre. De este modo, la
política –como voluntad de reforma que es– se encuentra siempre vinculada en
su esencia espiritual a un dogma. Por ello será necesario en el momento
presente (el de la autora), antes de construir, revisar las esencias formales y
las categorías políticas desde la raíz, aceptando algunas herencias y
rechazando otras. Además, al contrario que el comunismo ruso que apresa la vida, la
autora dirá que tiene fe en una política que ame la vida y no la aprese.
Zambrano
dedica el segundo capítulo a comparar la política conservadora con la política
revolucionaria. De esta manera, dirá que la política conservadora traiciona su
esencia dinámica y se dedica solamente a conservar. Toda política conservadora
puede tornar en apariencia de revolucionaria pretendiendo destruir lo actual
para instaurar una forma social nueva, pero de idéntica rigidez. Una rigidez
más terrible ya que se haya justificada y se presenta como lo único posible.
Sin embargo, la política revolucionaria está por llegar y será revolucionaria
en tanto que no sea dogmática de la razón ni de la supra-razón, creyendo más en
la vida que en la aplicación de fórmulas. El conservador tiene ansia de
perfiles, de arquitecturas que duren siempre, y se puede llegar a esta posición
por varios perfiles: de temperamento o phatos individual, o de calidad
objetiva, siéndose conservador por pereza o por egoísmo.
En
el tercer capítulo Zambrano profundiza en las posiciones objetivas, que son de origen
más noble pero más peligrosas. Aquí hace referencia al «racionalismo» y al «optimismo
cognoscitivo», siendo la razón un buen instrumento para conocer el mundo y una gran
ansia de fijar la vida en formas inteligibles, y el optimismo cognoscitivo, –al
contrario que el conservadurismo cognoscitivo donde nada se puede inventar–,
tiene que ver con el dinamismo y la evolución. Y aquí llegamos al cuarto capítulo
donde habla sobre la política revolucionaria, que lo será cualquier política
que admita la necesidad de cambio.
En
este capítulo Zambrano resalta la importancia de no confundir que toda política
con esencia revolucionaria sea necesariamente una revolución, incluso se podría
decir que la excluye toda vez que la presupone de un modo continuo. Así, la revolución
es un procedimiento que puede efectuarse tanto para abrir paso a una política
revolucionaria como a otra más conservadora. En este sentido, hace una
distinción entre distintos temperamentos revolucionarios. El «Individualista» que hace referencia a aquellos que actúan por excesiva rebeldía subjetiva. Un exceso
de individualismo que llevado al límite deriva en anarquismo o en nihilismo. El
«Rebelde», que son los que se rebelan contra la suerte individual o de
clase y esperan mejorarla. Los de «Por afán de justicia», que refieren a
«quienes la vibración por lo justo alcanza siempre a conmover». Dicha vibración
puede coexistir con tendencias objetivas conservadoras. Finalmente estarían las
«Posiciones objetivas que pueden conducir a una visión política
revolucionaria». Aquí señala que esta opción es doctrinalmente posible,
pero que eso no quiere decir que haya sido así.
Finalmente,
en este capítulo señala como es el dogmático conservador el que se sirve de la razón
como medio de conocer y supeditar la realidad a la idea, y el revolucionario cree
ante todo en la vida, presenta la intuición frente a la razón.
En
la segunda parte del libro, Zambrano profundiza ya en el liberalismo
propiamente. Aquí comienza abordando el problema de la libertad desde la raíz,
que es el del «individuo y el mundo» donde hay una contradicción que tiene que
ver con que, en su origen, para tener libertad se limita negándose a sí misma.
El presupuesto inicial del liberalismo es entonces que para tener libertad haya
que no tenerla. Así, el liberalismo racionalista en su ansia de fundar de nuevo
la vida, llegó a hacerlo, pero sin base, fundándose un hombre libre ocioso, aristócrata
sin tierra firme. El liberalismo en su origen es por tanto esencialmente aristocrático,
una supervaloración del individuo que se destaca en sí mismo como un fin sin
referencia a un fin más alto. De este modo dirá Zambrano:
El liberalismo es un desafío, un
reto a la necesidad; a todas las fuerzas gravitatorias que empujan al hombre
hacia las bajas zonas del universo. Es el empeño que el hombre pone en superar
toda esclavitud, en ser hombre sólo; es decir; árbitro, señor de sí mismo y de
la vida, y, sin embargo, esforzado. Esfuerzo este que se goza en sí mismo y que
en sí tiene un fin; esfuerzo heroico, del más puro y descarnado heroísmo (p.
234).
Además
de esto, Zambrano señala que hay una terrible paradoja, y es que el liberalismo
se asienta sobre la esclavitud en su expresión social; como la libertad se
funda en una previa obediencia en la esfera metafísica. Profundizando un poco
más en el asunto del liberalismo, Zambrano apunta a trazar sus perfiles y
rasgos característicos. Los divide en: «El liberalismo y la ética»; «El
liberalismo y la religión» y «El liberalismo y el problema social». Veamos qué
dice sobre cada uno de ellos.
Respecto
«el liberalismo y la ética», Zambrano acude de nuevo a la paradoja, señalando
como la moral humana del liberalismo alude al hombre verdadero, eliminado al
hombre en su verdadera y humilde humanidad, dejando de él la pura forma
esquemática. Una moral de élite que queda al margen de todos los conflictos del
vivir. Es por tanto tan humano el liberalismo que creó un producto ajeno a toda
vibración humana e individual. De este modo, toda moral, toda arquitectura
ética, lo que nos propone es un tipo ejemplar de vida, un arquetipo, una
exigencia que nos lleva a mutilar algo que somos para adquirir algo que no
tenemos, y así llegar a lo que debe ser. En este sentido se pregunta Zambrano «¿cuál
es la parcela de nuestro ser que tenemos que sacrificar en aras de la
ejemplaridad liberal?» Respondiendo que lo que tenemos que sacrificar es
nuestro ser en aras de la ética liberal y dejar solo la voluntad decretando
inflexibles normas. Así, muerto el instinto nos hemos suicidado en esta vida.
Pero se nos pide aún más, se nos pide el mundo y el trasmundo «¿Qué nos queda
entonces?» –se vuelve a preguntar Zambrano–: Nada, solo nosotros con nuestra
razón (a esto aludía ya anteriormente respecto a la falta de base y de tierra firme). El liberalismo es por tanto la máxima fe en el hombre y la mínima en
todo lo demás. Le inspiró al hombre la máxima confianza en sus fuerzas y lo
dejó navegando solo y sin guía.
Respecto a «el liberalismo y la religión», Zambrano dirá que se trata más de un problema
de límite que de contenido. Aquí vemos como con la religión –que basa la vida
en obscuros cimientos irracionales–, al contrario que el liberalismo –que tiene
un afán de cimentarla en el discurso racional–, se produjo un rechazo mutuo que
solo en los lugares donde la religión se hizo liberal y se humanizó admitiendo
la diversidad y la autonomía del individuo, solo allí arraigó el liberalismo
moral y político.
Y
finalmente en lo que refiere sobre «el liberalismo y el problema social»,
Zambrano dirá que el comunismo tiene del liberalismo su raíz humanista. Sin
embargo, el liberalismo sólo delimita el terreno de lo humano sin precisar con
exactitud su contenido espiritual. El comunismo en cambio sí lo precisa con
rigor, siendo en este caso «lo económico».
Finalmente,
el último capítulo Zambrano lo titula «Hacia un nuevo liberalismo». Aquí señala
como el liberalismo de muchos es el liberalismo capitalista, el económico-burgués y no el humano. De este modo, tras las críticas que ha realizado durante
toda la obra, en esta parte final se centra en dos aspectos. Por un lado, el
inmenso amor al hombre y no a una clase que nos conduce a la democracia
económica; y por otro lado, el amor a los valores suprahumanos que el hombre encarna
en la cultura, en la aristocracia espiritual, en la libre intelectualidad, etc.
Aquí dirá que para salvar el primero –el inmenso amor al hombre– hay que renunciar
a la economía liberal, y para salvar el segundo –el amor a los valores– es preciso
la libertad de pensar, de investigar y de enseñar.
Así,
Zambrano finaliza esta obra señalando que la libertad no debe romper los cables
que unen al hombre con el mundo, con la naturaleza y lo sobrenatural. Por ello,
debe de estar fundada más que en la razón, en la fe o en el amor.
Podemos
concluir señalando como para Zambrano existe una contradicción en el corazón
del liberalismo cuya fuente podemos rastrearla en el humanismo. De este modo,
si el liberalismo aspira a desarrollar todas las capacidades humanas debe
renunciar al componente económico. Las dos posiciones a las que la autora se
enfrenta son, por un lado, el mantenimiento del capitalismo económico que
aspira a esclavizar a las masas, y, por otro lado, con el humanismo Zambrano ve
cómo a pesar de acabar con la esclavitud de las masas en términos económicos,
sí que produce la esclavitud del intelecto, esto es, esclaviza a la élite. Por
ello, propondrá una combinación entre democracia económica y aristocracia
espiritual. Esto sería lo que para autora podría entenderse como un
liberalismo/socialismo de «nuevo horizonte».
Ayoze
González Padilla
Un liberalismo de nuevo horizonte
Bibliografía
-
ZAMBRANO, MARÍA. (1996). Horizonte
del liberalismo. Ediciones Morata.
Cómo citar este artículo: GONZÁLEZ PADILLA, AYOZE. (2023). Un liberalismo de nuevo horizonte. Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 2, (R5). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2023/04/Un-liberalismo-de-nuevo-horizonte.html
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