¿Existe redención para la
telebasura?
Hace tiempo ya
que la sociedad de masas acostumbra a recibir con paradójica combinación de
ganas y desprecio ciertos contenidos supuestamente artísticos o de
entretenimiento. La telebasura fue uno de los momentos
fundacionales de esta tendencia de atender como público a una producción
denostada abiertamente, pero que no dejaba de sumar espectadores. Este
contenido se rastrea casi en todos los formatos: cine, música, TV, YouTube,
etc. Por supuesto, se relaciona con la cultura de masas, aunque la aproximación
que se ha ejecutado con respecto a esta siempre ha rezumado un
toque elitista al asociar la crítica de este tipo de consumo a
un desprecio por cuestión de clase.
Quizá no se
trata de negar que, en ocasiones, sí que efectivamente existe por parte de
productoras y medios cierta «porquería que producen deliberadamente»
(Adorno, 1998; p. 166). Tampoco se trata de enfocar la perspectiva analítica a
una distinción simplona entre contenidos de entretenimiento y artísticos, que
por supuesto, dejarían en un segundo plano a los primeros: se les niega o
dificulta toda aplicación estética, e incluso se les identifica como amenaza
dirigida hacia la obra de arte en todo su esplendor. El problema de este
acercamiento teórico es que reduce la complejidad del asunto e insiste en
culpabilizar a la masa, directa o indirectamente —es decir, como clase sin
cultura o como consumidores sin agencia y sin capacidad crítica—.
Es posible que
en el intensivo tratamiento que se le ha concedido a esta perspectiva nos
hayamos perdido otros posibles acercamientos. ¿Podemos conceder redención
alguna, podemos escribir una apología de estas piezas de consumo irónico?
Precisamente, la clave está en ese adjetivo recién leído: la ironía,
con esa doble cara relacionada semánticamente con el disimulo y la burla,
contribuye a generar cierta distancia segura de contemplación con respecto a
estos contenidos en el propio espectador. Esa distancia es necesaria para que
ocurran dos tipos de respuestas, que se pueden dar simultáneamente.
Por un lado,
como indica Federici sirviéndose de Renata Salecl, existe un deseo por parte
del trabajador cansado y alienado, que se trata de satisfacer con la
observación de la vida de otros (Fedirici, 2020; p. 128) —aunque sea fabricada
o guionizada—. La ironía posibilita un hueco moralmente despreocupado de
condescendencia y de juicio dirigido hacia esas vidas mediáticas o telerreales, que
inevitablemente constituyen un campo de desahogo desestimable en una clase que,
por el imperativo del capital, ha sido forzosamente apartada de la posibilidad
de tomar decisiones en su propia vida.
Esto no puede
dejar de relacionarse con la aproximación estética que realiza Schaeffer (2000)
en torno a la sanción negativa. En sus propias palabras, esta estaría
justificada en la medida que «una forma barata de descargarse de una
frustración es exteriorizarla, es decir, expresarla verbalmente, aunque sea de
forma puramente mental. (…) Y es que cuando un objeto (incluido una obra de
arte) me causa desagrado estético, mi problema normalmente no estriba en
convencerme a mí mismo de que tengo razones válidas para que no me guste (…),
sino en expresar mi decepción» (p.82). Por tanto, se intuye que la sensación de
disgusto estético no está tan ligada con la acción de enjuiciar, como
si lo está con la propia actividad de descargar, de desahogar.
El análisis
está servido. Aunque las piezas de consumo irónico sean sacadas violentamente
del terreno estético por su inadecuación para cualificar como obra de arte, su
papel —también estético— es fundamental en un sistema del capital que no deja
rincones de fuga para que los trabajadores puedan expresar su desasosiego.
Claro está, que no podemos cerrar esta columna sin presentar la otra cara que
puede ocultar esta apología. Es posible que dirigir la rabia a este tipo de
piezas que también forman parte de la rueda del
capital esté desperdiciando políticamente esta energía. Quiero decir
que esta frustración se puede encauzar políticamente y servir como motor para
una colectivización, para un pensamiento crítico, e incluso para una toma de
conciencia necesaria que puede resultar en una transformación del mundo tal y
como lo conocemos.
María Sancho
de Pedro,
¿Existe
redención para la telebasura?
Bibliografía
FEDERICI, S. (2020). Ir más
allá de la piel. Repensar, rehacer y reivindicar el cuerpo en el capitalismo
contemporáneo. Traficantes de Sueños.
SCHAEFFER, J. (2000). Adiós
a la estética. La bolsa de la Medusa.
ADORNO, T. HORKHEIMER, M.
(1998). Dialéctica de la ilustración. Fragmentos
filosóficos. Trotta, pp. 165-213.
Cómo citar este artículo: SANCHO DE PEDRO, MARÍA. (2023). ¿Existe redención para la telebasura? Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 2, (CL28). ISSN ed. electrónica: ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2023/04/Existe-redencin-para-la-telebasura.html
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Redención concedida!
ResponderEliminarLa ironía es una herramienta poderosa, pero a veces deletérea. Está muy bien que menciones la politización como alternativa al final
ResponderEliminarComo no podía ser de otra manera!
EliminarQuizá podría desprenderse desde ese punto final un tipo pasivo de ironía -consumo irónico que sigue siendo consumo- y uno activo, que se hace en vista de la crítica y, en fin de un enjuiciamiento no necesariamente experto, que simultáneamente desahoga y construye o destruye políticamente.
ResponderEliminarEs una distinción que me parece muy acertada
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