Canon, memoria y olvido
Que la vida es un carnaval, lo cantó Celia Cruz, la guarachera de Cuba, por primera vez hace ya casi un cuarto de siglo, allá por 1998. Para quienes no lo recuerden, Úrsula Hilaria Celia de la Caridad de la Santísima Trinidad Cruz Alfonso —ni que fuera uno de esos nombres que aparecen en las novelas de Gabriel García Márquez— murió en 2003. Fue su mayor éxito internacional, la canción. Todo un canto al positivismo —no a la teoría filosófica, ojo—, al optimismo, a la bonhomía. Lo que pocos saben, sin embargo, es que la canción no es suya, ni siquiera de un cubano. La escribió un argentino, Victor Daniel, hace ya casi treinta años. Es lo de menos, porque si la vida es un carnaval, también es una feria. De ahí aquello de que cada uno tenga sus gustos y que por eso haya ferias.
Todo este preámbulo para hablar del canon, no del de Pachelbel que tan machaconamente
suena en celebraciones y por las calles de algunas grandes ciudades, sino de
ese catálogo o lista de obras que se tienen por modelo. Está el canon literario, el canon musical,
el canon filosófico… Obras como El Quijote de Cervantes, Hamlet de Shakespeare, La pasión según San Mateo de Bach, La Novena de Beethoven, los Diálogos de Platón o la Crítica de la razón pura de Kant conforman el canon actual. Hay muchísimas más, por supuesto. Lo que uno no tiene tan claro es que lo
que hoy es canónico siga siéndolo dentro de cinco siglos. El Quijote o Hamlet llevan pululando por nuestra feria vital más de quinientos años, pero a saber si los leerán dentro no ya de quinientos, sino de cien años. Uno se atreve a aventurar que no, aunque tampoco estará aquí para comprobarlo y, francamente, poco importa.
En un planeta tan sumamente poblado y en el que tanto se produce habrá que ir borrando espacio en la memoria, o sea, ir olvidando muchas de
esas obras que en su día conformaron el canon. Cierto que los humanos
también podríamos entrenar más la memoria para olvidar menos, pero, seamos francos, la memoria está en decadencia —menos cuando es política para azuzar bandos— e incluso se abomina de ella en las leyes de educación y planes de estudio. ¡Para eso están los discos duros y los ordenadores, la inteligencia artificial!
A veces uno se pregunta qué influirá más hoy en las vidas de sus congéneres, ¿el Motomami de Rosalía o la Octava de Mahler? Sin duda, el Motomami. ¿Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán o El código Da Vinci de Dan Brown? ¿Pero es que alguien lo duda? ¿La Ética a Nicómano de Aristóteles o El secreto de Rhonda Byrne? ¡Pero cuánto nos gusta desvelar secretos!
Sí, habrá que ir borrando espacio en nuestra memoria. Y ya sabemos lo que dice la física al respecto de los espacios vacíos. Allí donde hay un hueco, si uno no está vigilante, se llena. Así que no nos queda más faena que confiarlo todo al caletre para que a uno no se le llene la
mente de mierda. ¿Quién se acordará de Celia Cruz dentro de veinte años? No, no hay que llorar, que la vida una feria es y los gustos se irán cambiando. Canon, memoria y olvido.
Michael Thallium
Canon, memoria y olvido
Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2023). Canon, memoria y olvido. Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 2, (CV8). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2023/04/Canon-memoria-y-olvido.html
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Estupendo artículo. Aquí va una cita de Harold Bloom: «El canon, una palabra religiosa en su origen, se ha convertido en una elección entre textos que compiten para sobrevivir». Además de esto, un asunto relevante a propósito del canon es que de algún modo el canon lo conforma, no solo lo que queda dentro, sino también lo que queda afuera. Un asunto muy rico para la reflexión filosófica.
ResponderEliminar¡Maravillosa columna! Me ha én ganado. El canon parece tan pedregoso que no se me había pasado por la cabeza que efectivamente la hiperproducción pudiera desbancarlo, fabulosa tesis.
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