Superemos el desprecio filosófico por la respiración
Recientemente releí El animal que luego estoy si(gui)endo de Derrida. El libro contiene pertinentes reflexiones sobre la perniciosa relación que la filosofía occidental, al menos desde la Modernidad, ha tenido con los animales, negándoles la capacidad de respuesta y englobándolos de manera autoritaria y simplificadora dentro de la categoría del “animal”, que incluye especies tan dispares entre sí como un pulpo, una esponja o un orangután. Podríamos sin duda dedicarle una fructífera columna al volumen de Derrida. No obstante, si ha habido algo que me ha llamado la atención en la relectura de esta obra, con el permiso de su excelente contenido general, es una cita que el padre de la deconstrucción extrae de una carta de Descartes fechada en marzo de 1638 y de destinatario anónimo, que dice así:
«Cuando decimos, respiro,
luego existo, si queremos deducir nuestra existencia de aquello que la
respiración puede ser sin aquella, no sacamos ninguna conclusión dado que,
anteriormente, habría que haber probado que es verdad que respiramos, y eso es
imposible a menos que se haya probado también que existimos» (Descartes, 1969).
Y, como sabemos, la prueba de la
existencia propia reside en la certeza del Cogito. Dicho de otro
modo: si queremos demostrar que respiramos hemos de garantizar previamente
nuestra existencia, algo que solo podremos lograr si llegamos a la verdad
primera: el pensamiento. Así pues, Descartes subordina el acto de respirar al
de pensar, que sería existencialmente prioritario.
Este gesto cartesiano es anecdótico
tanto en el texto de Derrida donde lo descubrí como en el conjunto de la obra
de Descartes. Sin embargo, supone una ejemplificación clara del (parvo) lugar
que la vida orgánica y todo lo necesario para mantenerla (y la condición
viviente del ser humano en particular) ocupan en la filosofía de este autor.
Así lo expresa Derrida al comentar lo siguiente al respecto del párrafo arriba
citado: «Este cogito ergo sum,
aunque no esté firmado por un muerto, no debería en ningún caso tener nada que
ver con la autoafirmación de una vida, de un ‘yo respiro’ que significaría
“vivo, estoy animado o soy animal”» (Derrida,
2008: p. 106).
El pensamiento occidental ha dejado
atrás (en líneas generales) la radical escisión entre el pensamiento entendido
como la esencia de lo humano y la corporalidad, la animalidad, la naturaleza…
Con más o menos radicalidad, son ya mayoritarios los filósofos y filósofas que
afirmarían el «vivo, estoy animado o soy
animal» que Descartes rechaza. Ahora bien, sigue habiendo un vacío considerable
en torno al «respiro, luego existo» contra el que también se manifiesta
Cartesio. Con excepciones loables como Luce Irigaray (The forgetting air in
Martin Heidegger) carecemos aún de una reflexión radical sobre nuestra
condición de seres que respiran.
Emprender este camino nos llevaría
a no dar por hecho ni pasar por alto el oxígeno que respiramos como una
invariante natural siempre ahí, a nuestro servicio. Muy a contrario, la
atmósfera tal y como la conocemos, lo que normalmente denominamos «el aire», es el producto de la constante labor de los
organismos fotosintéticos (cianobacterias, algas y plantas) durante los últimos
2400 millones de años. Sin el oxígeno que liberan al hacer la fotosíntesis
nuestro planeta se parecería más al irrespirable Marte que al refugio de vida
que es hoy. No sería descabellado decir que estos organismos terraformaron la
Tierra y que, por lo tanto, los demás seres vivos somos consecuencia de esta
ímproba tarea de ingeniería atmosférica.
Viéndolo desde
esta perspectiva, la relegación cartesiana de la respiración a un segundo plano
se vuelve todavía más frágil. Así lo expresa Fran Navarro (2022) al decir:
«Si el cogito cartesiano
y las filosofías del sujeto han tenido tan largo recorrido es porque las
plantas [y las algas y cianobacterias, podríamos añadir] no han sido pensadas
en profundidad: el hecho de que no existe pensamiento sin respiración y de que
la realidad de la respiración nos convierte en seres para los cuales la
autofundamentación cartesiana es imposible requeriría, creo, una filosofía
nueva, que no olvide aquello de que habitar el mundo significa, necesariamente,
habitar el mundo que las plantas han creado para nosotros. No somos habitantes
del mundo en general, sino de la atmósfera creada por las plantas, de modo que
pensar las plantas significa reconstruir por completo nuestra cosmología: una
cosmología en la que Dios se asemejaría más a una planta que a un hombre» (p. 10).
Una cosmología aeróbica (es decir,
de la respiración) nos permitiría dar un nuevo y determinante paso en la
recuperación de nuestra condición de cuerpos vivos, filosóficamente expropiada
durante siglos por los diferentes dualismos, mecanicismos y reduccionismos.
Además, ahondaría en la aceptación de la radical interdependencia que
caracteriza nuestras vidas. Una interdependencia tan profunda que se ejerce de
manera invisible e incluso desde la ausencia: hasta en un desierto desprovisto
de toda vegetación o en un erial urbano somos «habitantes de la atmósfera» (ibid.: p. 11). Así pues, afirmemos
esta intimidad en la distancia con los organismos fotosintéticos y digamos al
fin sin miedo a la duda: «respiro, luego existo».
Pavlo Verde
Ortega
Respiramos,
que no es poco
Bibliografía
-
DERRIDA,
JACQUES. (2008). El animal que luego estoy si(gui)endo. Trotta:
Madrid (España).
- DESCARTES,
RENÉ. (1969). «Carta a ***», marzo de 1638, Correspondance II:
mars 1638-décémbre 1639. Libraire Philosophique J. Vrin: París (Francia).
- NAVARRO,
FRANCISCO J. (2022). «Ética y narratividad. Sobre la posibilidad de una ética
vegetal».
Cómo citar
este artículo: ORTEGA VERDE, PAVLO. (2023). «Respiramos,
que no es poco». Numinis Revista de Filosofía, Año 2, 2023,
(CM23). https://www.numinisrevista.com/2023/03/respiramos-que-no-es-poco.html
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Me parece genial esta forma de pensar la existencia mas allá del solo pensamientos, creo que cobra un tono mas significativo e incluyente al momento de pensarla como aquello que nos brinda la posibilidad de existir. ¡excelente columna!
ResponderEliminar¡Muchas gracias!
EliminarOficialmente, deberíamos cambiar las asignaturas de religión en los coles por herbología y estudio de las plantas
ResponderEliminarOjalaaaa, jajajaajaja
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