Y llegó la hora del lobo
Un lobo, dos lobos, tres lobos… la muerte es un lobo que se me escapó. Pónganles a las palabras precedentes una música infantil, como para irse a la cama y dormir. Apenas hace una semana escribía uno sobre José Mateos, el poeta de Jerez, y decía que no había podido encontrar su breve poemario La hora del lobo, publicado por la editorial Pre-Textos en la colección La Cruz del Sur. El azar y la curiosidad han querido que lo encontrase esta semana en una librería de Madrid. ¿Que es la hora del lobo? Es la hora de la muerte, de esa muerte que acecha y lo pilla a uno desprevenido para desgarrarlo del mundo de los vivos. Así lo canta José Mateos:
“No volveré a escribir. Lo juro”,
dije después de hundirme
como piedra en el fango.
La enfermedad es como un agua negra,
y contra el sucio,
resbaladizo fondo de la muerte
¿qué puede la canción del que va solo?
Y aquí me tienes,
cantando una vez más la luz de marzo
y el roce de mis pies sobre la hierba.
De Mateos ya dije lo que quise decir en El ojo que escucha. Para qué repetirse. Sólo un consejo de última hora: léanlo. Ahora quedémonos con el lobo, con la muerte, con ese concepto del que han hablado tantos filósofos, del que se han escrito tantos libros. Permítanle a uno, sin embargo, tirar de cosecha propia y hacer algunas
breves consideraciones.
Todos sabemos cuál es nuestro final: la muerte, aunque no sepamos cuándo ni cómo ni dónde. Podríamos decidirlo, eso sí. Morir ahora, así y aquí. Pero la inmensa mayoría no lo hacemos, porque decidimos vivir. Decía el filósofo colombiano Nicolás Gómez Dávila: “La vida es un valor. Vivir es optar por la vida”. La mayoría vivimos en la paradoja de saber que algún día moriremos y, sin embargo, creernos inmortales… hasta que nos morimos. Y hete aquí otra paradoja: nuestra muerte no es nuestra, sino de los
vivos. Sí, es cierto, podemos ser conscientes de que se acerca nuestro final,
podemos hasta sufrir inmensamente por ello, agonizar de dolor, pero justo cuando
llega, cuando morimos, la muerte sólo la viven los vivos. El muerto es el protagonista efímero de unos pocos vivos. El dolor es de los vivos, de unos pocos vivos que viven la muerte de alguien como si algo se les muriera por
dentro… Pero la vida sigue.
La muerte nos acompaña en la vida, latente, sigilosa la mayoría de las veces. Aunque también hay muertes muy sonadas, muy ruidosas. Esas son las muertes de la
guerra, muertes poco naturales. Apenas hace un día, acudió uno a una conferencia del filósofo Fernando Savater junto con los profesores Gabriel Tortella y Felix
Ovejero. Hablaron de la guerra. Reflexionaban sobre las dos principales formas
de relacionarse los seres humanos: el comercio y la
guerra. Sí, la guerra es un modo de relacionarse. Así que si no comerciamos, guerreamos. Dicho así, puede parecer muy simplista. ¿Me está usted diciendo que si queremos vivir en paz tenemos que comerciar? ¿Nos está usted reduciendo a una mera transacción mercantil? No, yo sólo quería hacer unas breves consideraciones sobre la muerte para que cuando llegue la hora de acostarse —quién sabe si para siempre— nos pille un poco menos desprevenidos y podamos cantar: Un lobo, dos lobos,
tres lobos… la muerte es un lobo que se me escapó.
Michael Thallium
Y llegó la hora del lobo
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Maravillosa reflexión.
ResponderEliminarHay quien me dijo una vez y no se de de quién lo sacó: "vivir es aprender a morir día a día". Yo tengo también en esta revista publicada una columna que en cierta medida explora esta idea con respecto al cumplir años: se llama "el rito de soplar las velas".
Me ha gustado mucho el poema de Mateos y tu reflexión, que lo acompaña perfectamente
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