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Sobre secreto y mentira como imperativo social

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Sobre secreto y mentira como imperativo social

Antes de comenzar, una petición: ruego al lector perdone mi cinismo. No pretendo con este texto más que entretener el pensamiento por el mero placer de reposar en una idea la atención, hacer mío ese gesto pascaliano y regodearme en él. Si es posible considerar con cierta seriedad una idea y no hacerla propia es algo que dejo a juicio del lector. 

Así como no me considero alguien dado al cinismo y aquí me hallo, con este ejercicio escolar desapasionado entre las manos, no me considero alguien tendente a la mentira. Y, sin embargo, ahora dudo si no tendría razón aquella amiga mía, y no es posible pasar un solo día sin mentir alguna vez. Siempre que discutimos el asunto rebato su tesis con verdadera pasión y reitero, casi compulsivamente: “sólo puede ser así si manejas una noción tan laxa de mentira que deje pasar el mero error”, “para que haya mentira debe haber voluntad de engaño y normalmente no tenemos sino todo lo contrario”. ¿Miento a veces? No diré que no. Pero no concibo ejercicio tan sumamente cotidiano que me impida ser veraz al menos un día, un día sólo de mi vida sin pronunciar mentira. 

Pues bien, la suya es una tesis tendenciosa que se puede falsar tan solo en principio. Bastaría con escoger un día y proponerse cuidar de todo lo que uno dice para proclamar triunfante “¡hoy no!”. Pero quizás esta tesis no sea interesante por su resolución concreta sino por la reflexión que ella misma puede poner en marcha. ¿Podría suponer ese ejercicio, esa tenaz negativa a darle a aquella tesis la razón, una apuesta irresponsable, un riesgo que nos lleve a vulnerar otros deberes morales? En otras palabras, ¿puede la mentira cumplir alguna función positiva, proteger algo más que el mero interés propio (algo quizás sagrado incluso)? 

En sus dimensiones negativas, la mentira ha tendido a ser denostada desde la defensa de dos lealtades: al otro y a la propia verdad. Si es concebible mentir como gesto de lealtad (o al menos de no-traición) hacia la verdad es algo que dejo para otro momento. Me interesa aquí examinar la mentira en nuestra relación con los demás. 

Decía Georg Simmel en un texto acerca del secreto que todas las relaciones humanas dependen del conocimiento del otro. Pero además, dependemos del conocimiento generado por otros: gran parte de nuestro conocimiento del mundo y de nosotros mismos se basa en la práctica del testimonio. Tal como dice el propio Simmel, “mucho más ampliamente de lo que suele pensarse descansa nuestra existencia moderna sobre la creencia en la honradez de los demás, desde la economía que es cada vez más economía de crédito, hasta el cultivo de la ciencia, en la cual los investigadores, en su mayoría, tienen que aplicar resultados hallados por otros y que ellos no pueden comprobar” (Simmel, 2014: p. 345). Quizás lo más relevante de este hecho sea el vínculo de confianza que exige de las relaciones: “construimos nuestras más trascendentales resoluciones sobre un complicado sistema de representaciones, la mayoría de las cuales suponen la confianza en que no somos engañados.” (ibid.) Es en este sentido precisamente en el que la mentira ha tendido a condenarse como una traición en un nivel muy primario al tipo de confianza en el que se basan todas nuestras relaciones con los demás. 

La lectura nietzscheana del lenguaje nos da claves para entender el calado profundísimo de esa confianza. Este autor describe el fundamento de la sociedad como un pacto entre individuos para designar las cosas de un mismo modo, lo que funda la distinción entre verdad y mentira: decir verdad es designar las cosas según se ha acordado, mentir es emplear esas palabras para “hacer aparecer lo irreal como real”. Es decir, mentir es abusar del trato o el contrato según el cual hemos acordado denominar las cosas de un determinado modo (Nietzsche, 2010). 

Esta analogía nos remite de nuevo a la idea de confianza, pues esta es siempre el primer presupuesto de un pacto. Pero a su vez la confianza presupone siempre cierto nivel de incertidumbre, conceder que el otro debe poder romper el compromiso que ha adquirido (Simmel, Op. cit.: p. 348). De no admitirse este margen nos encontraríamos simplemente ante una relación de coacción: la no-asunción de la incertidumbre involucrada en determinada relación pasa solamente por impedir que el otro actúe con libertad y según su propio criterio. 

Esta reflexión en torno al vínculo entre mentira y confianza remite entonces a una pregunta fundamental: ¿podría ser el caso que parte de la confianza que depositamos en el otro consista precisamente en admitir que puede tener buenas razones para no cumplir ese pacto (en este caso, para mentir, para impedirnos el acceso a la verdad)? Aquí es donde la mentira se vincula con la idea de secreto. 

A este respecto, surgen dos posibles puntos desde los que ofrecer una respuesta afirmativa. En primer lugar, podemos aludir a lo que el propio Simmel llamaba “propiedad privada espiritual”, refiriéndose a una esfera íntima de la persona. “Penetrar en esta esfera, henchida de las preocupaciones y cualidades personalísimas, tomar conocimiento de ella”, dirá el alemán, “supone como una violación de la personalidad” (ibid.: p. 350). Esta esfera debe ser protegida de la intromisión indiscreta del otro no solo por cuanto afecta a quien guarda esa personalidad en un cierto secreto, sino porque el desconocimiento es también parte esencial de las amistades y de toda relación afectiva. Un conocimiento total del otro destruiría, según Simmel, la posibilidad del encanto, del deseo de encontrarse con el otro. 

Pero ¿puede haber alguna razón más profunda para mentir, para mantener una determinada verdad en secreto? Me pregunto aquí si no puede ser la propia confianza que justifique en ciertas ocasiones la mentira: bien es cierto que confío en que mis relaciones cercanas no me engañarán por deporte, que no me harán vivir en un mundo irreal. Pero también confío en que me cuiden, ¿y no es cierto también que a veces poseemos verdades que sabemos que herirán al otro, o que modificarán fundamentalmente la naturaleza de nuestra relación sin necesidad alguna de ello? Pienso, por ejemplo, en un enamorado a quien preguntan “te veo extraño, ¿te pasa algo?”. Responder verazmente “es que te quiero” aun cuando sabe que su amor no es correspondido tiene el potencial de sacudir irrevocablemente las bases de esa amistad. Y puede que para el enamorado sea un gesto de lealtad más honesto el mentir y no modificar esa relación que ser brutalmente veraz. Casos comunes: “no me cae bien tu pareja”, “no tienes la razón”, “no me gusta cómo cantas”. Si mentimos en estos casos no es por violentar la verdad, no es por engañar al otro, no es por representar falsamente los hechos, sino más bien precisamente por proteger, por restringir una verdad con potencial destructivo a través de una mentira. Así entendido el secreto es siempre paradójico –al igual que lo era la confianza: una verdad que obliga, por amor, a la mentira. 

Acéptense o no las conclusiones de esta breve reflexión (como apuntaba al comienzo, ni yo misma me comprometería vehementemente con ella), me parece que una cosa relevante pone sin duda de relieve: que ni en las cuestiones morales ni en las amistades son las cosas blanco o negro, y que el amor por los matices y las áreas grises tiende siempre a revelar los mayores afectos escondidos en un corazón humano.

 

Teresa López Franco

Sobre secreto y mentira como imperativo social

Bibliografía

-     NIETZSCHE, FRIEDRICH. (2010). “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral” en Nietzsche, F. y Vahinger, H. Sobre verdad y mentira. Madrid: Tecnos, pp. 17-38.

-   SIMMEL, GEORG. (2014). “El secreto y la sociedad secreta”. En Sociología: estudios sobre las formas de socialización, México D.F.: Fondo de Cultura Económica.

 

Cómo citar este artículo: LÓPEZ FRANCO, TERESA. (2023). «Sobre secreto y mentira como imperativo social». Numinis Revista de Filosofía, Año 2, 2023, (CM24). https://www.numinisrevista.com/2023/03/sobre-secreto-y-mentira-como-imperativo.html

ISSN ed. electrónica: 2952-4105

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1 comentario:

  1. ¡Muy buena! Como diría el rancio de Sabina:
    "Y así fue como aprendí que en historias de dos
    Conviene a veces mentir
    Que ciertos engaños son
    Narcóticos contra el mal de amor".

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