M(ir)ar a dentro
La exterioridad está habitada, alguien hay dentro de mí, de ti y del de más allá. Mirando a fondo un rostro podemos vislumbrar la trascendencia, al Otro en mayúsculas; y de este modo entender quién es, cómo es, de dónde viene, a dónde va, qué busca, qué desea… Todos tienen mucho que decirnos, la vida de un hombre pasa por sus ojos y, si sabemos mirar, podemos llegar a apreciarla. Educar la mirada no siempre es fácil, cruzar ese abismo que separa lo externo de lo interno no es tarea de un día, todo ello implica conocimiento, pausa, epojé. Un conocimiento que no se basa en la información, en datos o hechos históricos, en sucesos que se superponen unos a otros; sino en circunstancias, deseos, valores, ideas…
El pasado, el presente y el futuro
de una persona la determinan, quien tengo delante de mi no es uno más entre los
demás. Cada cual guarda como un tesoro su interioridad, y aguarda que otros la
contemplen, la sepan apreciar. La intimidad de la persona, muchas veces
desconocida para sí misma, revela quién ha sido, quién es y será. Cada vivencia
apunta ya, desde el preciso momento en que se origina, a una circunstancia
anterior y posterior, pues todo en el hombre es proyecto, proyecto vital.
Por esto mismo no cabe juzgar de la
misma forma un acto objetivamente idéntico cometido por dos personas distintas,
las motivaciones, intenciones y movimientos internos hacen de cada uno de ellos
una circunstancia completamente desigual. No vale con establecer unos
parámetros, con descubrir las reglas internas por las cuales se rige la persona
y comete uno u otro acto; la subjetividad entra en juego y, en este terreno de
lo invisible, nada florece a la vista de su autor de la misma manera. La
persona se resiste a ser reducida a lo exterior, algo dentro de ella no puede
ser definido en su totalidad, ella no puede ser contenida ni comprendida
absolutamente; el infinito se manifiesta y tiene nombre.
El ojo, dirá Levinas, “no brilla,
habla” (Levinas, Totalidad e Infinito, 2012); pero ¿de quién y a quién? Cuando
miramos a la cara no solo vemos unos ojos, una boca, una nariz, unas orejas y
un sinfín de características, sino que además nos encontramos con un rostro; el
rostro de aquel al que vemos nos transmite y revela algo más. Ese más que
revela es lo que llamamos interioridad: la profundidad de una persona, su
intimidad. Sin embargo, esto casi nunca sucede así, puesto que ‘de normal’ no
nos paramos a pensar lo que vemos, ni a observar lo que miramos. Podría decirse
que ni siquiera llegamos a mirar en general, pasamos por encima del resto como
pisamos el suelo sobre el que caminamos. Este es, en efecto, uno de los
problemas del hombre de nuestro tiempo.
Hemos desacostumbrado al ojo a
mirar, nos quedamos en aquello que este o aquel dijo e hizo, sin tener en
cuenta más cosa que la que a simple vista percibimos. Juzgamos y condenamos
cuanto a nuestro alrededor sucede, no somos capaces de mirar ‘mar a dentro’,
dentro de ese océano de vivencias que configuran a una persona desde que nace
hasta que muere. Y justamente por esto, por desconocer cuanto es la persona,
cuántas dimensiones hay en ella, no nos sobra más misericordia que la que
tenemos por nosotros mismos; única intimidad de la que en realidad tenemos
consciencia. Por esto es por lo que deberíamos de abrir los ojos de par en par,
dejarnos afectar por los demás y, sobre todo, herir por ellos. Esto es, en
efecto, complicado, y requiere como venimos diciendo desde el principio de un
entrenamiento, de una educación de la mirada.
Para esta educación de la mirada la
pasividad no basta, hace falta una actividad. No vale solo con oír, ni es
suficiente el escuchar, como tampoco servirá el simple mirar, sino el saber
degustar: mirar oyendo, todo a la vez. Para conocer a Otro y
ahondar en su interior hemos de participar activamente de su vida, hemos de
vivirla con él, profundizar en lo que dice y en lo que hace, fijarse.
Tomás Bravo
Gutiérrez
M(ir)ar a dentro
Cómo citar este artículo: BRAVO GUTIÉRREZ, TOMÁS. (2023) M(ir)ar a dentro. Numinis Revista de filosofía, Año 1, 2023, (CM19).
Esta revista está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional
Hay que conjugar la vida activa y la contemplativa para lograr esa profundidad. Excelente artículo
ResponderEliminarNo sé si las personas tenemos interioridad en ese sentido tan agustiniano, pero definitivamente hay que esforzarse por mirarlas como tú dices
ResponderEliminar