El sistema inmunitario de la filosofía
La filosofía es como un campo de minas, habitualmente conformado de cuestiones en mayúscula (el Ser, la Vida, el Bien, la Verdad, etc.). Cuando alguno de estos explosivos se activa, corre el riesgo de abrir una grieta en la valla que separa lo filosófico de aquello que no lo es, de su exterioridad misma. Por mi propia experiencia en la «Academia», he acabado imaginando a los filósofos como unidades militares y obreras que acuden corriendo al lugar de la explosión a reparar los daños y a seguir cerrando el círculo filosófico para que no se cuelen reflexiones ajenas.
Quizá al lector esto le resulte exagerado, pero es lo que
suele ocurrir cuando algún estudiante realiza una pregunta peligrosa en el
entorno universitario. En ocasiones, uno se cruza con un profesor que hace las
veces de célula inmunitaria y que pide reformulaciones para que el interrogante
quepa mejor dentro de nuestro ámbito concreto de reflexión. En efecto, existe
un límite para la curiosidad en la filosofía y es aquel que linda con una serie
de temas que son concebidos como patógenos por el sistema inmunitario de
carácter filosófico.
Aunque este paralelismo puede ser tomado como despectivo,
no lo es. El sistema inmunitario real ejecuta estas funciones
para defender al organismo, lo que aquí sería tomado como lo propio. El
cuerpo de la filosofía no puede tolerar ni abarcar todo, ni tampoco habría de
hacerlo, a riesgo de pisar a otras disciplinas tomando por suyos interrogantes
que no lo son. Antes usábamos el término patógenos, pero no todas las preguntas
deben caer en este paraguas léxico.
Si elaboramos la metáfora con precisión, el mundo, de igual
manera que está plagado de virus y bacterias, también así está lleno de
interrogantes. Que haya buenas y malas preguntas es beneficioso y necesario,
porque su criterio de calidad depende del cuerpo que las tome. Para la
filosofía, puede haber temas que sean poco certeros, igual que para un cuerpo
humano específico, ciertas bacterias pueden resultar dañinas.
Sin embargo, a la par que en el mundo de la microbiología,
la dimensión de la curiosidad humana está sufriendo en los últimos años un duro
proceso de higienización. La intención era positiva, pero el resultado se
traduce en un clima que no favorece la proliferación ni de virus, ni de
bacterias, ni de preguntas. El problema que esto genera en nuestros sistemas
inmunitarios es terrorífico. La falta de curiosidad se traduce en poca
necesidad de defensa o en una menor preparación para la misma.
Pero, aunque queramos, no somos capaces de exterminar completamente
a la microbioma ni tampoco podremos eliminar toda la perplejidad presente en el
mundo. Podría pasar que una cuestión maligna se colara debido a nuestra falta
de entrenamiento inmunitario en el cuerpo de la filosofía y comenzara a
hostigarlo ideológicamente desde dentro, cual enfermedad autoinmune, sin que
ella misma fuera consciente de lo sucedido. Al final, acaba siendo preferible
una sarta infinita de preguntas que filtrar y que nos ejerciten reflexivamente,
a una ausencia muda que nos haga consecuentemente más vulnerables a los
gérmenes más temerarios.
María Sancho de Pedro
El sistema inmunitario de la filosofía
Cómo citar este artículo: SANCHO DE PEDRO, MARÍA. (2022). El sistema
inmunitario de la filosofía. Revista de Filosofía Numinis,
Año 1, 2022, (CL16).
Esta revista está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional
Muy bueno. Me gusta tu manera de expresar las ideas.
ResponderEliminar¡Muchas gracias!
EliminarSi es que los virus, las bacterias y las preguntas son lo que nos hace vivir
ResponderEliminar¡cómo no!
Eliminar"La filosofía es un campo de minas" jajajajajajaj
ResponderEliminar