Sonido, ruido, performance, caos, malestar sonoro y experimentalidades sonoras inmirables, in-escuchables. El sonido y el ruido han configurado nuestra cotidianidad sonora y normalidad estética desde los primeros fenómenos acústicos, siendo así utilizada desde las estructuras jerárquicas para la dominación de las masas inferiores. Así, aparece el ruido como realidad física y tangible del cambio del marco social occidental: la era industrial, la inconformidad. El ambiente sonoro de las conversaciones humanas queda aplastado por el ruido de las máquinas, el sonido orgánico de la naturaleza ya no puede materializarse en las ciudades, la cotidianidad sónica en su totalidad se comienza a configurar en base a lo ruidoso, provocando derivas estéticas que proclamarán el ruido como elemento unificador y el caos sonoro como manifestación artística subversiva.
El desarrollo del uso de las disonancias, la creación de nuevos
instrumentos musicales y técnicas extendidas, el futurismo, el dadaísmo y todos
los «ismos» que perciben la máquina como un avance y no como una amenaza,
provocarán la emancipación del ruido y su conversión hacia una corriente
musical determinada, rompiendo con su categoría de «elemento añadido» para
pasar a ser el pilar fundamental de la creación. Ligado a un espíritu rupturista, el ruido como música
y como composición artística sonora, ha apelado siempre a identidades políticas
que se sitúan fuera de la norma o que tienen ideales artísticos no
normativamente clasificables. A pesar de originarse en un ambiente altamente
fascista —véase el caso del futurismo de Marinetti—, las experimentalidades
sonoras ruidistas han permitido a muchas identidades marginalizadas su
exploración en el campo sonoro —claramente vinculado con lo corporal—, dado que
estos cuerpos disidentes no-normativos utilizan la maquinaria para redefinirse
más allá de los límites de la subjetividad. Entendemos así este tipo de
sonoridades como la mismísima otredad descorpoloralizada en la
propia práctica y narrativa, tratándose de construir colectividades a partir de
lo otro, lo extraño, lo no visto, lo in-mirable. Tal como indica Donna Haraway
en su Manifiesto Cíborg (1983): «la idea sería construir
una especie de identidad postmodernista a partir de la otredad, de la
diferencia y de la especificidad».
¿Qué le sucede al cuerpo creador en este tipo de
sonoridades rupturistas y qué se supone que es lo humano en la
música?, ¿qué papel juega el ruido en la construcción de identidades
sociopolíticas marginalizadas y desde dónde se desarrollan este tipo de
composiciones ruidistas? El ruido siempre ha sido una herramienta fiel y
factible a la que apelar para la subversión de la norma estético-sonora, donde
se incrementa su potencial revolucionario si el cuerpo creador forma parte de
la disidencia identitaria, tratándose de cuerpos marginalizados que provocan
rechazo en su mísera contemplación visual. Hablamos así de una política sonora
vinculada a lo anormal y a todo aquello de lo que ha rehuido la musicología
académica. Dicha otredad musical provoca un efecto de horrorismo en
la percepción de la obra completa —cuerpo y ruido—, generando un desagrado
absoluto a todas aquellas identidades que no se sientan interpeladas con dicho
sentimiento rupturista, disidente y diferente —véase el caso de Diamanda Galás
o Joan La Barbara—.
¿Qué podemos escuchar y qué no?, ¿qué queremos
percibir y qué no?, ¿en qué parámetros se mueve nuestro deseo perceptivo? Se
trata de encontrar una respuesta a la utilización del ruido en la música como
elemento intrínseco a su propia materialidad y porqué provoca rechazo y juicios
de valores sin base estética. El asentamiento de este fenómeno sonoro en la
sociedad no se ha desarrollado desde la nada, sino que responde a una realidad
político-identitaria determinada, donde se establece una simbiosis casi natural
entre la subcultura y el ruido, lo queer y el ruido, la subversión y el caos.
¿Qué tiene el ruido que produce este llamamiento transgresivo?, ¿por qué sigue
generando malestar socio-cultural y rechazo en su práctica?, ¿es fruto de una
cuestión física o producto de una construcción social determinada? Sea cual sea
la respuesta, dejarnos atravesar por esta realidad sonora reconstruye nuestra
identidad sea cual sea, siendo capaz de hacer perceptible lo imperceptible y
construyendo un «nosotres» en base a lo socialmente reconocido como lo
molesto: el horror del marco sónico.
Gara Hernández Sánchez
Disidencias ruidistas
Cómo citar este artículo: HERNÁNDEZ SÁNCHEZ, GARA. (2022). Disidencias ruidistas. Numinis
Revista de Filosofía, Año 1, 2022, (RM12) http://www.numinisrevista.com/2022/12/disidencias-ruidistas.html
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Maravillosa reflexión. No he podido evitar acordarme del noise music… de lo mucho que lo odio auditivamente y, por eso mismo, lo mucho que me atrae, efectivamente ese horrible marco sónico
ResponderEliminarMuy buen artículo. Nunca había pensado en la relación entre la experimentación ruidista con la manifestación de identidades disidentes, pero es un acercamiento muy interesante. Muchas gracias!
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