Una reflexión sobre el tiempo
Hace ya unos años que, ensimismado, estuve pensando sobre el tiempo en un lugar donde el tiempo parece detenerse, me refiero a un monasterio. Pudiera parecer una cuestión baladí, puesto que es un concepto al que estamos habituados y no se suele reparar en aquello que la costumbre ha normalizado. Ahora bien, es necesario ir al detalle de cada cosa como si la duda metódica nos poseyera para poner todo en jaque. Volviendo al hilo del relato, comentaba que pasé un tiempo en un monasterio en el que me invitaron a comer en el refectorio (comedor monástico). La dinámica de la comida monástica es la siguiente: una vez que todos los monjes están sentados por orden de antigüedad (orden de ingreso al monasterio), se sitúa un monje en lo alto de un púlpito, que se halla en una posición central, y comienza a leer un fragmento de la Regla de San Benito (fundador del monacato occidental en el siglo VI). Una vez leída la Regla, se sigue con la lectura de otro libro durante el tiempo que dura la comida. El ambiente es de silencio total en el refectorio, oyéndose solamente el sonido de los cubiertos y los platos. Esa semana estaban leyendo a un filósofo y teólogo cristiano del norte de África, San Agustín de Hipona, que, reflexionando sobre el tiempo decía en su libro Confesiones: «¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé».
Su reflexión sobre el tiempo proseguía
largamente e invitaba a la reflexión. Es intrigante la certeza del conocimiento
de algo cuando nadie lo pregunta y la forma en que ese saber escondido escapa
cuando se pretende conceptualizar; curioso el conocimiento apofático que se
queda sin palabras ante la demanda de una certeza. Pienso que esta cuestión la
hemos vivido en esos momentos en los que decimos tener algo en la punta de la
lengua, sabemos lo que queremos decir, pero no hallamos las palabras;
experiencia similar a la del poeta que expresa de manera magnífica, adornada y
atrayente, una realidad que parte de un no saber expresar las ideas sino de
modo análogo a la realidad. Sabemos lo que queremos decir, pero las palabras
parecen traicionar el sentido que se quiere expresar.
Intentando aterrizar esta reflexión, ¿qué
es el tiempo?, me pregunto. Es el objeto de la reflexión y del estudio de
muchos saberes, la filosofía, que es nuestro caso, se encarga de ello y
cristaliza su reflexión no solo en los ensayos filosóficos, sino también en el
mundo del cine se hace eco de ello. Recuerdo una escena de una película del
Doctor Strange donde aparece hablando con la Hechicera Suprema y sale a
colación este asunto; Strange le pregunta sobre lo que observa de su futuro y
ella responde que ve posibilidades. Es una buena definición para el tiempo: el
tiempo es posibilidad.
La cuestión del tiempo y lo que puede
acontecer ha sido una constante en el mundo de las religiones y escuelas de filosofía
de vida. Dentro de este ámbito se engloba la profecía, pero no pensemos en
dotes adivinatorias, sino más bien en experiencias vitales. Si nos fijamos bien
en nuestros mayores, nos damos cuenta de que son profetas porque han andado los
mismos senderos de la humanidad que andamos nosotros ahora. Desde esta
experiencia pueden prever cuál será el destino de nuestras decisiones y,
llegado el momento oportuno, sentenciar con rotundidad: «te lo dije» o «te lo
advertí». En lo alto de la
atalaya de la experiencia divisan los caminos que llevan a las oportunidades,
siendo esta la razón por la que las tradiciones religiosas cuentan con estos
mayores, que toman nombres de padres o madres espirituales, maestros/as de
novicios/as, ancianos/as y un largo etcétera. Estas personas se han forjado en
la intemperie de la vida y su reflexión es fruto de su propia experiencia,
creando caminos como los animales guías que iban marcando el paso por el que se
debía construir las carreteras de antaño. El tiempo se presenta como
constructor de vida.
El tiempo es también anhelo y esto lo
vemos en cuestiones como el deseo por una máquina del tiempo para viajar al
pasado; muchas veces este deseo se da por arrepentimiento de las decisiones que
nunca se habrían tomado en el presente con la experiencia que se tiene en este
momento vital, pero, todo hay que decirlo, también el deseo se da por
curiosidad. El tiempo se muestra entonces como espacio de reflexión.
Otra faceta del tiempo es la elección. El
tiempo dedicado al estudio es tiempo arrebatado a la familia, a los amigos, a
los hobbies, etc., el tiempo dedicado al ocio es tiempo robado a otros
quehaceres y así podemos hacer una larga lista. El uso del tiempo muestra la
necesidad de un discernimiento sobre lo que es importante y lo que es accesorio
para no andar luego culpabilizando al tiempo de un extra que no tuviste.
El tiempo es, visto así, responsabilidad.
Por último, el tiempo es conciencia. ¿Por
qué digo esto? El tiempo es aquello que suelen ignorar los jóvenes, pues,
total, si no se puede hacer hoy todavía existe un mañana, mientras que el
tiempo se convierte en el ansía y el afán de los mayores, ya que les acompaña
la conciencia de que se encuentra cercana la muerte. Para unos la muerte es
destrucción de toda posibilidad, un punto y final, y para otros es otra etapa
más de una vida que se prolonga de otras maneras. Ante la muerte la reflexión
sobre el tiempo se hace inevitable. Sería interesante reflexión qué pasaría si
no existiera la muerte como fin del tiempo.
Espero que la lectura de estas líneas no le haya resultado
un tiempo perdido.
Valentín González Pérez
Una reflexión sobre el tiempo
Cómo
citar este artículo: GONZÁLEZ PÉREZ, VALENTÍN. (2022). Una
reflexión sobre el tiempo. Numinis Revista de Filosofía, Año 1,
2022, (CS11). http://www.numinisrevista.com/2022/11/una-reflexion-sobre-el-tiempo.html
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