El listón de la moralidad
Cuando empezamos a estudiar filosofía en el instituto lo
primero que vimos, además de traducir qué quiere decir la palabra filosofía,
fue la distinción entre la ética y la moral. Sin divagar mucho, la moral está
relacionada con lo que hacemos, normas, valores, en definitiva, con las
acciones que guían nuestra conducta. La ética tiene que ver con el estudio de
la moral. En definitiva, podemos decir que la ética es teoría y la moral es
práctica: la moral pensada y la moral vivida. Entre estos dos aspectos se hace
necesaria la razón, pues primero debemos pensar lo que queremos hacer, evitando
así pensar lo que hemos hecho posteriormente. Esto sería lo más lógico en seres
razonables, porque la libertad nos lo permite y nos diferencia del puro animal
determinado e instintivo.
Con esta breve introducción, aclarando conceptos para
evitar equívocos, quiero reflexionar de un asunto de rabiosa actualidad. Hoy un
fantasma recorre al mundo globalizado, de manera especial a nuestra Europa, y
no me refiero a sistemas totalitarios, sino a un virus que infecta y afecta a
todos los estratos de la sociedad y su reflejo en la vida cultural, educativa,
política y demás ámbitos en los que la persona se mueve. Ayer salía una noticia
de un sindicato educativo que alertaba del número cada vez mayor de profesorado
que había sufrido violencia en las aulas; otra noticia ponía en alerta sobre
las agresiones que sufrían las personas que arbitraban los partidos de menores
de edad, puesto que los padres y madres de esos niños y niñas los insultaban e
incluso agredían físicamente; en el mundo de la política acudimos en cada
reunión a la contemplación atónita de un repertorio de insultos y así podemos
seguir y seguir poniendo ejemplos. Hay una fina línea entre el respeto al honor
de la persona y la libertad de expresión. Estos asuntos no pueden estar en
manos de un relativismo subjetivo. Es importante llegar a un acuerdo, a una
ética de mínimos, para marcar una línea roja que nos haga parar en un punto
concreto.
Mi propuesta se basa en dos conceptos que están dentro del
ámbito de lo que se conoce como virtud y en la llamada regla de oro. Se dice
que la virtud es la repetición de actos bondadosos hasta que ella queda
instaurada, mientras que lo contrario a ella es el vicio, es decir, la repetición
de actos contrarios a la virtud hasta que también queda instaurada. Ahora bien,
apostemos por la virtud y al igual que el libro de Alasdair MacIntyre, vayamos tras ella. Estos dos conceptos son la humildad y el perdón.
Humildad y perdón. ¿Por qué es necesaria la humildad? La
humildad es necesaria porque si la persona es capaz de analizar sus acciones,
su vida en general, se dará cuenta de sus limitaciones y de sus aciertos,
siendo capaz, en palabras de Teresa de Ávila, de vivir en verdad. No nos la
sabemos todas y eso no es malo, al contrario, es un acicate para avanzar y
conocer. La siguiente propuesta está inspirada en Hannah Arendt, concretamente
en su reflexión sobre las acciones. Cuando la persona actúa puede hacerlo de
manera consciente o no, pero siempre sus acciones traerán consecuencias; las
consecuencias pueden ser previsibles o no, pero lo que es cierto es que a toda
acción le corresponde una reacción. El perdón sirve para detener las
consecuencias imprevisibles de una mala acción, pero para pedir perdón hace
falta ser humildes. La persona humilde es consciente de su acción y por ello
pide perdón. Con estos dos conceptos puestos en práctica en el ámbito de la
moral, la crispación generalizada que vivimos caería estrepitosamente.
Si bien lo anterior es importante, el núcleo fundamental
para la humildad y el perdón se halla en el reconocimiento de la dignidad
personal del otro. Hace ya un tiempo se filtró una foto de Pablo Iglesias y
Albert Rivera en la cafetería del congreso tomando algo. Muchos decían que eso
era patético y se rasgaban las vestiduras por tal encuentro. El hecho decisivo
aquí sería preguntar qué es lo que ocurre por ello. Personas con
pensamiento político distinto conversan y toman algo: ¿acaso debería trascender
la oposición política a la vida personal? Quien piense que eso debería ser así
se lo tendría que mirar; lo terrible es que muchos piensan así. Simone Weil
pensaba que catalogar a las personas solamente servía para deshumanizar y poder
matar al adversario sin remordimiento. El otro es mi enemigo, el otro no se
llama Juan o Elena, el otro es un fascista o comunista (por usar los apelativos
de moda en la vida política) y por ello debe ser destruido. Esto es
lamentable.
Finalizo mi reflexión con mi propuesta de línea roja, que
no es otra cosa que la famosa Regla de oro. La Regla de oro se encuentra
presente en muchas tradiciones religiosas y la podemos leer en el libro de
Tobías 4, 16: «Lo que no te gusta, no se lo hagas a nadie».
Creo que esta sentencia puede constituir lo mínimo de lo mínimo de una ética de
mínimos y pueden estar en consonancia todo tipo de personas, creyentes o no.
Situemos aquí el listón de la moralidad.
Sé que mi artículo puede parecer utópico, pero la utopía constituye para mí el motor del cambio, la acción que no se resigna a que la trayectoria de crispación y odio que estamos teniendo pueda llegar a su lógica consecuencia y arrase con todo lo bueno conocido.
Valentín González Pérez
El listón de la moralidad
Cómo citar este artículo: GONZÁLEZ PÉREZ, VALENTÍN. (2022). El listón de la moralidad. Numinis Revista de Filosofía, Año 1, 2022, (CS13). http://www.numinisrevista.com/2022/11/el-liston-de-la-moralidad.html
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