Del amor
Para vosotros, que sabéis quienes sois,
por atreveros y comprometeros a dedicarle
vuestra vida al amor.
El amor. Probablemente uno de los conceptos más trastocados en todas sus posibles traducciones. Es una palabra que nos viene dada sin la necesidad de tener que buscarla en algún diccionario. Ha sido el tema de tantas, variadas, excesivas aproximaciones culturales. El arte se desfogó con él, la filosofía lo pensó con fervor y, cotidianamente, lo tenemos a mano en nuestro inventario lingüístico por si hiciera falta usarlo, sin dudar de lo que significa, hasta que nos topamos de frente con el mismo.
Todos
sabemos cómo se experimenta el amor, cómo se siente, cómo se vive. Incluso
en el más lastimero relato de algún personaje que queramos crear y que nunca
haya tenido la oportunidad de cruzarse con la vivencia amorosa, el propio
dolor, el particular vacío que se derive de esta situación, la mera ausencia de
su influjo, le haría aproximarse significativamente a ello; quizá incluso lo
comprendiera en un mayor grado de esta manera, pues en ocasiones puede parecer
que, conceptualmente, cuanto más tratamos de alcanzar este concepto, más se
desliza fuera de nuestro agarre, tendiendo al infinito. Por esta descripción,
pudiera parecer que mi afirmación viene fundada en algún sesgo metafísico o
similar, y aunque quizá pudiera ser el caso, esa no quería ser mi intención.
Cuando
me refiero a que el amor se escurre de nuestras manos al tratar de apresarlo
reductivamente en esquemas racionales o artísticos, lo que quiero poner de
manifiesto es precisamente su carácter inagotable. Hay ciertos términos, y
probablemente amor sea uno de ellos, que no son abarcables, ni
siquiera por la obra de arte más total o por la palabra más grande y divina que
uno pueda imaginar. El mundo, la vida, y posiblemente el amor exceden todas
esas tentativas de carácter humano que tratan de recogerlos. Estas realidades
continuarán existiendo cuando nosotros ya no lo hagamos, aunque quizá echen de
menos una subjetividad humana a la que aferrarse.
El
amor, al ser una de las tonadillas culturales favoritas de nuestra especie, ha
sufrido tal cantidad de tanteos que, si fuera posible y uno quisiera recoger
todas las definiciones que se han aportado al respecto, probablemente acabaría
confuso y desgarrado por las contradicciones que hallaría en su búsqueda. Quizá
este imaginario aturdimiento que sentiríamos nos revelaría mucho más que las
propias concepciones rescatadas sobre el amor, que no serían suficientes
ni por sí mismas ni contempladas bajo un prima holístico.
Para
mí, existen tantos poemas, tantas canciones, tantas religiones, tantos sistemas
de pensamiento que giran en torno al amor y que han conseguido conmoverme en su
perspectiva, que me veo incapaz de decantarme por uno solo y hacerle referencia
consciente y directa en esta columna. Cada uno de los intentos de materializar
el sabor de la experiencia amorosa me parecen dignos de recuperar en cierto
sentido. Por supuesto, si afirmo esto es teniendo en cuenta que idealizar,
esencializar o sacralizar el amor como concepto es una estrategia que olvida el
proceso de construcción simbólica y acotada que acompaña al mismo. El amor
sufre una transfiguración cuando se pasa de únicamente sostener la vivencia
amorosa —que es necesariamente corporal y encarnada— a tratar de acapararla en
el dominio lingüístico. Ningún empeño conceptual se debería separar de su
intención sociopolítica y ética, puesto que siempre existe un contexto que
acompaña al constructor de ideas.
Con
este ligero ensayo, que al final ha acabado divagando sobre el amor como
prometió, parece que me desacredito a mí misma a la par que me lego toda la
validez, sin clarificar si realmente tiene algún sentido continuar tratando de
capturar lo amoroso. ¿Qué es esto, al fin y al cabo, sino otra propuesta más
que, probablemente, ya haya sido dicha, si no pensada? Pero eso no importa. El
verdadero valor del amor está en vivenciarlo, en cultivarlo y
cocinarlo —para lo cual hay miles de recetas— y en no alejarnos de él
cobardemente mediante la distancia de nuestro intelecto. Mirémosle a los ojos,
transformémonos con él, dejemos de leer y escribir sobre él, y simplemente,
amemos.
María Sancho de Pedro
Del amor
Cómo citar este artículo: SANCHO DE PEDRO, MARÍA. (2022). Del Amor. Numinis Revista de Filosofía, Año 1, 2022, (CL11). http://www.numinisrevista.com/2022/11/del-amor-maria-sancho-de-pedro.html
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Bonito texto. Como subtitula la película de Paco León: «El amor se hace». Aunque también se deshace. Pero lo importante es, como comentas María: «vivenciarlo». En la vivencia misma está la donación sin medida.
ResponderEliminarSin duda, hasta tal punto que creo que la vivencia es la salvación fundacional de cualquier texto o reflexión
EliminarEscribes tan bonito...que hasta un ensayo tiene algo de poético
ResponderEliminar¡Muchas gracias! La poesía cabe hasta en lo más inaudito
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