Autoficción, maldad y cosas siniestras
La reflexión de hoy se originó el otro día, cuando sin tener un motivo claro, me vi enfrascada en un podcast de True Crime sobre la terrible historia de tortura y asesinato de Sylvia Likens, acontecida en EEUU en la década de los 60. Antes de proseguir, quisiera aclarar que en este escrito no se van a dar detalles sobre la historia, sino que se va a reflexionar desde la segura distancia que nos ofrece el intelecto acerca de una serie de aspectos que me surgieron al escuchar este desazonador relato. Conviene también aconsejar a aquellos que sean más sensibles e impresionables ante este tipo de sucesos que no busquen detalles acerca del mismo, aunque el impulso de hacerlo sea fuerte, pues no creo que todos sean capaces de soportar el golpe.
Ligando
con esto, durante los últimos días no han parado de cruzar por mi atormentado
espíritu diferentes líneas de pensamiento que pretendían dar sentido a todo lo
que rodeaba a este caso, posiblemente con la intención de generar algo de calma
en mi desasosiego. Desde este escudo filosófico, he tratado de luchar mediante
un puñado de elucubraciones conceptuales contra el horrible monstruo que
constituye la maldad humana. El mal es uno de esos fuertes conceptos de difícil
acceso que ha sufrido numerosos intentos de definición a lo largo de la
historia. Para mí, este mayúsculo sustantivo cobra más sentido cuanto más lo
contenemos materialmente en el mundo, es decir, cuando no tratamos de
concebirlo como entidad absoluta o como el resultado de la ausencia de la
misma. Por tanto, las mejores aproximaciones al problema del mal, desde mi
perspectiva, siempre serán más acertadas cuanto más se acerquen a un carácter
del tipo fenomenológico, lingüístico, estructuralista o revisionista.
La
historia de Sylvia también constituye un ejemplo práctico de lo siniestro en el
mundo real. Este concepto, desarrollado en profundidad por Freud, se planteaba
como aquello que recoge una sensación singular de inquietud o miedo provocada
por algo familiar que ha adquirido un componente imprevisto y relacionado con
este ámbito de lo angustioso, lo peligroso, pero también con aquello que,
habiendo de permanecer oculto, se ha manifestado. De hecho, en el alemán
original y en la traducción inglesa, unheimlich y hemlich, como canny y uncanny, coinciden
en significado. Esto en español se nos escapa, puesto que lo siniestro y lo
familiar no se suelen relacionar ni siquiera en cuanto a antonimia.
Lo
que para Sylvia tendría que haberse experimentado como un hogar, una casa en la
que solo cupiera cariño, se acabó convirtiendo en su particular infierno. Aquel
entorno al que se había ido acostumbrando a medida que el tiempo pasaba y que,
por tanto, le resultaba familiar, paradójicamente también constituía la prisión
en la que acontecía su brutal maltrato. Aquello que no debía haberse
manifestado, esto es, la crueldad específica de corte humano, se hizo presente
en esa casa de los horrores y acabó siendo lo que provocó su horrible final.
Como se puede apreciar, un análisis estético del caso —entendiendo la estética
desde una perspectiva amplia y no sacralizada— nos permite otorgar cierto
sentido a lo ocurrido.
Sin embargo, cualquier modo de enjaular al
monstruo constituye una estrategia de defensa en contra del mismo. El ser
humano ciertamente es muy complejo, pero no deja de ser otro animal más en el
catálogo biológico que teme a lo desconocido y al sufrimiento porque lo relaciona
con la muerte. Desde un enfoque medianamente evolutivo y nietzscheano,
conceptualizamos el mal, nombramos lo siniestro, como una manera de facilitar
nuestro enfrentamiento con el depredador. Quizá por esto, porque intentamos
retener la maldad y controlar que no se manifieste, cuando esta por fin sale a
la luz, nos sumimos en una sensación de angustia, nos envolvemos de lo
siniestro. El desamparo se vuelve más terrible cuando la categoría estética no
se queda atrapada en el mundo ficcional y viaja al páramo de lo real,
convirtiendo en siniestro el propio fenómeno homónimo.
El ser humano, que se concibe como el rey de la selva, ha tenido que añadir al inventario de peligros una amenaza inesperada que se relaciona con nosotros mismos. Somos capaces de los actos más crueles y despiadados, la magnanimidad de nuestra violencia supera con creces la de otras especies, como así lo demuestra nuestra propia historia, pero también somos el único ser conocido que se ha preocupado de elaborar una ética. Existe una continua tentativa que toma forma de religiones, códigos de conducta, constituciones legislativas, filosofías morales, y diferentes tipos de relatos culturales que repudian la maldad y persiguen la bondad, tratando de posibilitar una buena vida, individual y social. Paradójicamente, somos el animal más malvado y al que más le preocupa no serlo.
María Sancho de Pedro
Autoficción, maldad y cosas siniestras
Cómo citar este artículo: SANCHO DE PEDRO, MARÍA. (2022). Autoficción, maldad y
cosas siniestras. Numinis Revista de Filosofía,
Año 1, 2022, (CL12).
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"Paradójicamente, somos el animal más malvado y al que más le preocupa no serlo." Fantástico cierre
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