Revisando el tatuaje
Las definiciones habituales de la acción de tatuar suelen acoger como parte de su contenido semántico nociones relacionadas con el dibujo, la piel, el grabado, el colorante, etc. La RAE, en concreto, añade el detalle de que esta actividad se suele ejecutar por la intercesión de unas «punzadas o picaduras previamente dispuestas». Además, proporciona una segunda acepción más particular, en la que se describe como «marcar, dejar huella en alguien o en algo».
Posiblemente
no hacía falta aclarar el significado de una palabra tan anclada en el
imaginario popular. Uno podría incluso pensar que, en contraste con otros
conceptos más complejos, para definir un tatuaje basta con señalar su referente
homónimo. La palabra tatuaje también es uno de aquellos
términos de bolsillo al que podemos recurrir fácilmente cuando queremos
alejarnos un poco del plano literal. Se cuentan en demasía las ocasiones en las
que he presenciado la inclusión de los tatuajes en las metáforas cotidianas,
esas a las que no dedicamos ni medio segundo en formular.
A
día de hoy, tampoco me he topado todavía con ninguna definición del verbo o del
sustantivo que mencionábamos en algún diccionario de filosofía, cuya
justificación, a mi entender, tampoco está tan clara. Su ausencia de
significación en los páramos de lo filosófico nos proporciona un campo abierto
de posibilidades en los que podemos jugar a describir, a metaforizar, a matizar
y a expandir nuestras concepciones. Puede que mediante este juego también
justifiquemos la necesidad de una aproximación más especializada a la semántica
de este concepto.
La
RAE nos ha otorgado un gran punto de partida en esa segunda acepción que
referenciábamos. Se mencionaba la huella, aludiendo también al espacio en el
que esta se posa. Esta marca apunta a cómo el tatuaje tiene inherente a
su propio protocolo una necesidad o un impulso de permanencia. Se lleva a cabo
una impronta cuyo contenido puede ser variable. Lo significativo es el propio
hecho de intentar que un signo pase las barreras del devenir. Tatuar es casi lo
opuesto a borrar.
Es
significativo también reflexionar acerca de aquel espacio que comentábamos en
el que se produce el tatuaje. El propio cuerpo probablemente sea el lugar que
primero se nos viene a la mente como ejemplo. Sin embargo, cuando en compañía
de mi soledad yo me interrogaba, fue la subjetividad la que acudió como
respuesta para ocupar dicho espacio. Otra cosa es que podamos identificar
sujeto con cuerpo, descripción a la que no me niego, pero los matices siempre
son bienvenidos. El sujeto tiene un cariz filosófico más amplio y más aceptado
que permite seguir explorando algunos huecos semánticos que hayan podido quedar
sin transitar. En relación con estos recovecos, podríamos preguntarnos, ¿acaso
el tatuaje se corresponde siempre con esa imagen de tinta usualmente negra que
adorna o transfigura nuestra piel?
La
definición por la que se ha navegado en esta brevedad escrita abogaba por
aludir a la impronta, al espacio subjetivo que esta ocupa, y al carácter
inherente de permanencia intentada que lo compone, el cual está, por supuesto,
en relación con el devenir del que trata de escapar. Mediante esta
aproximación, el tatuaje deja de ser algo señalizable para pasar a ser un
contenedor semántico de multitud de actos. Entre estos, podríamos encontrar la
acción de teñirse el pelo, que sería como tatuarse un color; perforarse la piel
para colocarse un pendiente o un piercing o terminar con una
herida transmutada en cicatriz, pero también podría caer en esta dimensión el
memorizar un poema, una cita o una oración. Quizá incluso ámbitos más amplios,
como haber sido educado en una religión o prejuicio concretos, desde esta
perspectiva, constituirían tatuajes.
A
lo largo de toda una vida, uno tiene tiempo para arrepentirse de mucho. Los
tatuajes son una materia prima excelente para depositar en ellos nuestro rencor
y resentimiento. A pesar de que uno puede intentar borrarlos mediante láser,
terapia o un depurado ateísmo, ese carácter inherente de permanencia que lo
constituye a veces es más fuerte. Sin embargo, hay algo a lo que no podría
superar ni el tatuaje más hondo, firme y doloroso. Nunca viene mal recordar
que, si el espacio en el que reposa el tatuaje cesa de existir, este desaparece
también. Al parecer, no hay mejor goma de borrar que la muerte.
María Sancho de Pedro
Revisando el tatuaje
Cómo citar este artículo: SANCHO DE PEDRO, MARÍA. (2022). Revisando el
tatuaje, Numinis Revista de Filosofía, Año 1, 2022, (CL9).

Esta revista está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional
Curioso artículo. Muy bueno.
ResponderEliminarInteresante tema, muchas gracias por escribir sobre ello María.
ResponderEliminarPor mi parte, pienso en el tatuaje como una forma más de expresión artística. El cuerpo como un lienzo vivo de representación. El tatuaje hoy en día necesita de mucha reflexión, ya que nada tiene que ver con esas viajas ideas de carceleros y militares. Ahora el tatuador es un profesional y un artista, igual que en su día se convirtieron los grafiteros en artistas con obras en museos. Además, los límites cada vez más se desdibujan. La idea de huella y permanencia que comentas, va disipándose. Hoy en día muchas personas que viven del mundo del tatuaje, se borran tatuajes y ponen otros cada vez con más facilidad, o simplemente se borran todo como un intento de regresar a lo que fueron. Un caso extremo lo tenemos en Zombi boy, que se tatuó completamente el rostro y actualmente está en un proceso de eliminación de tinta. El tatuaje por tanto nos permite modificar nuestro cuerpo convirtiéndolo en una obra de arte viviente, y, además, los avances en la tecnología nos ayudan a que el cambio sea parte de nuestro proceso.