El fantasma sonoro
Uno no se detiene lo suficiente a pensar en los espíritus que nos poseen, aquellos que invaden nuestra mente en el momento en el que menos esperamos, caminando por las calles de la ciudad o cuando estamos concentrados en una tarea cotidiana. De pronto, espectros musicales ocupan nuestra atención y nos vemos rodeados de la pringosa bruma de una canción que no esperábamos recordar. El fenómeno del —a veces placentero, a veces insufrible— earworm es algo que todos los sujetos oyentes hemos tenido que enfrentar al menos alguna vez a lo largo de nuestra vida. Probablemente, también sea algo que haya estado atormentando a nuestros antepasados desde el mismo momento en el que comenzamos a desarrollarnos sonora y musicalmente.
Quizá
por ello, porque es algo que contemplamos como dado, no nos paramos a pensar en
lo curioso del acontecimiento. Nuestra configuración mental, experta en el
terreno de las ilusiones, nos reproduce lo que parece a toda luz como el
fragmento de una canción que estamos recordando pero, mientras tanto, nos deja
una serie de interrogantes sin responder. Por un lado, ¿por qué motivo nos
vuelve a la conciencia ese retazo de sonido? ¿Con qué finalidad; acaso es que
inconscientemente nos estamos pidiendo a nosotros mismos el volver a escuchar
dicha obra musical? Y la pregunta que quizá me parezca más inquietante: ¿dónde
está el sonido?
Cuando
nuestro cerebro se entretiene en reproducir melodías pegadizas, no lo hace
emitiendo ondas sonoras como es costumbre. De hecho, el concierto que nuestra
memoria ha planeado es de entrada única. Un placer generado y reservado solo
para nosotros. Se muestra casi como una ventaja pero, claramente también tiene
algún que otro inconveniente. Hay veces que ese fantasma sonoro que ha venido a
acosarnos no nos responde cuando le preguntamos por su nombre. Todavía peor,
cuando a veces tratamos de recurrir al socorro social y hacemos el amago de
reproducir la canción tarareándola, el fantasma decide no materializarse, no
con tanta claridad como en nuestra mente sonaba. No es únicamente cuestión de
que hay personas que no están dotadas para afinar. Otras muchas cuentan con muy
buen oído, pero para ese fragmento concreto de música que nos acosa, nuestra
inteligencia musical decide callar.
Sin
embargo, el misterio no es exclusivo de lo musical. Cuando leemos, a veces
incluso cuando pensamos, dialogando con nosotros mismos, o recordando
conversaciones o lecturas pasadas, otros fantasmas son invocados. Leemos,
pensamos y recordamos con voces. Voces que se presentan como distintas y que se
identifican con figuras y personas distintas. De manera automática, vivimos
así, poseídos por multitudes de voces que nos hablan sin sonido, pero que aun
así, en cierta medida suenan. Podríamos asegurar que somos
capaces de escucharlas. En los sueños, imágenes sonoras también se crean para
acompañar a la dimensión visual.
Es
evidente que existe un paisaje sonoro físico que escuchamos y del que a veces
sustraemos nuestra atención, a pesar de que este sigue sonando y realmente
nosotros lo seguimos escuchando, como ya nos recordaba Pascal Quignard: “Ocurre
que las orejas no tienen párpados”. Pero además, de este conjunto ineludible de
sonidos, nuestra memoria, atrapa una serie de configuraciones sonoras y
musicales que tampoco cesa de emitir. Nuestro desenvolvimiento en el mundo se
desarrolla entre estas dimensiones sonoras, con sonidos reales e inventados. A
pesar de que estamos rodeados por multitud de fantasmas sonoros, seguimos
actuando como si todo aquello perteneciera a un ámbito normal, cuando quizá le
corresponde más bien una dimensión paranormal.
María Sancho de Pedro
El fantasma sonoro
Cómo citar este artículo: SANCHO DE PEDRO, MARÍA. (2022). El fantasma sonoro. Numinis Revista de Filosofía,
Año 1, 2022, (CL7).
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