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El fantasma sonoro — María Sancho de Pedro

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El fantasma sonoro

Uno no se detiene lo suficiente a pensar en los espíritus que nos poseen, aquellos que invaden nuestra mente en el momento en el que menos esperamos, caminando por las calles de la ciudad o cuando estamos concentrados en una tarea cotidiana. De pronto, espectros musicales ocupan nuestra atención y nos vemos rodeados de la pringosa bruma de una canción que no esperábamos recordar. El fenómeno del —a veces placentero, a veces insufrible— earworm es algo que todos los sujetos oyentes hemos tenido que enfrentar al menos alguna vez a lo largo de nuestra vida. Probablemente, también sea algo que haya estado atormentando a nuestros antepasados desde el mismo momento en el que comenzamos a desarrollarnos sonora y musicalmente.


Quizá por ello, porque es algo que contemplamos como dado, no nos paramos a pensar en lo curioso del acontecimiento. Nuestra configuración mental, experta en el terreno de las ilusiones, nos reproduce lo que parece a toda luz como el fragmento de una canción que estamos recordando pero, mientras tanto, nos deja una serie de interrogantes sin responder. Por un lado, ¿por qué motivo nos vuelve a la conciencia ese retazo de sonido? ¿Con qué finalidad; acaso es que inconscientemente nos estamos pidiendo a nosotros mismos el volver a escuchar dicha obra musical? Y la pregunta que quizá me parezca más inquietante: ¿dónde está el sonido?

 

Cuando nuestro cerebro se entretiene en reproducir melodías pegadizas, no lo hace emitiendo ondas sonoras como es costumbre. De hecho, el concierto que nuestra memoria ha planeado es de entrada única. Un placer generado y reservado solo para nosotros. Se muestra casi como una ventaja pero, claramente también tiene algún que otro inconveniente. Hay veces que ese fantasma sonoro que ha venido a acosarnos no nos responde cuando le preguntamos por su nombre. Todavía peor, cuando a veces tratamos de recurrir al socorro social y hacemos el amago de reproducir la canción tarareándola, el fantasma decide no materializarse, no con tanta claridad como en nuestra mente sonaba. No es únicamente cuestión de que hay personas que no están dotadas para afinar. Otras muchas cuentan con muy buen oído, pero para ese fragmento concreto de música que nos acosa, nuestra inteligencia musical decide callar.

 

Sin embargo, el misterio no es exclusivo de lo musical. Cuando leemos, a veces incluso cuando pensamos, dialogando con nosotros mismos, o recordando conversaciones o lecturas pasadas, otros fantasmas son invocados. Leemos, pensamos y recordamos con voces. Voces que se presentan como distintas y que se identifican con figuras y personas distintas. De manera automática, vivimos así, poseídos por multitudes de voces que nos hablan sin sonido, pero que aun así, en cierta medida suenan. Podríamos asegurar que somos capaces de escucharlas. En los sueños, imágenes sonoras también se crean para acompañar a la dimensión visual. 

 

Es evidente que existe un paisaje sonoro físico que escuchamos y del que a veces sustraemos nuestra atención, a pesar de que este sigue sonando y realmente nosotros lo seguimos escuchando, como ya nos recordaba Pascal Quignard: “Ocurre que las orejas no tienen párpados”. Pero además, de este conjunto ineludible de sonidos, nuestra memoria, atrapa una serie de configuraciones sonoras y musicales que tampoco cesa de emitir. Nuestro desenvolvimiento en el mundo se desarrolla entre estas dimensiones sonoras, con sonidos reales e inventados. A pesar de que estamos rodeados por multitud de fantasmas sonoros, seguimos actuando como si todo aquello perteneciera a un ámbito normal, cuando quizá le corresponde más bien una dimensión paranormal.

 

María Sancho de Pedro

El fantasma sonoro

 

 

Cómo citar este artículo: SANCHO DE PEDRO, MARÍA. (2022). El fantasma sonoro. Numinis Revista de Filosofía, Año 1, 2022, (CL7).

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