Utopía y sociedad perfecta
La
historia de la humanidad se ha caracterizado por varias etapas de interpretaciones antropológicas
entre las que destaco dos polos aparentemente opuestos: una antropología
pesimista y una antropología optimista. Parece haber primado más la versión
pesimista, pues la humanidad se ha encontrado en no pocas ocasiones con sus
ideales frustrados. La versión optimista parece ser siempre un motor y un ideal
para el cambio, en definitiva, una utopía. Esta utopía se encuentra de frente
hoy en día con la guerra, recordatorio destructivo de cualquier atisbo utópico
de bondad humana, pero en el fondo los hombres y mujeres de hoy seguimos con la
esperanza utópica de que otro mundo es posible.
Hace ya un tiempo leí un artículo de Isaiah Berlín titulado «La declinación de las ideas utópicas en Occidente» donde trata el sueño occidental de la sociedad perfecta.
Me pareció muy interesante
su análisis, puesto que parece una cuestión común a todas las naciones y
demuestra que este ideal actúa como un principio unificador, aunque no se logre
ese hecho. Eliminar la diversidad en favor de la uniformidad es una mala receta
para la vida de los pueblos.
Berlín habla sobre la utopía de la sociedad perfecta cuya
base se encuentra en la concepción de que existe una naturaleza humana permanente,
así como valores universales que se pueden aplicar a todos en cualquier lugar y
momento. El tema de fondo del pensamiento utópico gira en torno a la unidad y
la restauración. El ser humano vivía en un estado perfecto que fue roto y esto
acabó en desastre. La historia humana es la lucha por restablecer esa unidad
perdida. A este pensamiento se le enfrentan dos visiones: los que piensan que
se puede lograr este tipo de utopía en la sociedad, no logrado aún por la
ceguera a la verdad y en el otro lado están los que piensan que este
pensamiento utópico es, por el hecho de la pretensión de uniformidad y
universalidad, algo que mata la vida misma de los pueblos.
La característica común de estos mundos utópicos se encuentra en que muestran una perfección estática donde la naturaleza está realizada plenamente, todo es tranquilo, inmutable y eterno.
Este ideal
cristaliza en formas sociales, políticas, jerárquicas y democráticas. Tal
concepción se ve en la República de Platón y en la sociedad anárquica de Zenón
donde los hombres tienen la razón como fundamento y esto les posibilita esa
sociedad ideal en paz, igualdad, felicidad y autonomía. Durante la Edad Media
estas utopías declinan porque cambia la confianza antropológica de que la
persona pueda crear algo duradero en este mundo. La persona, tal era la
conciencia del momento, no puede lograr sola la perfección porque esto es
producto de la gracia. La salvación se sitúa en un plano no mundano, siendo
esto lo que importa y no tanto el aquí terrenal.
Esta utopía que se busca desde muchos sectores es común al
pensamiento occidental, aunque sus propuestas sean diversas, todas tienen en
común la confianza de poder lograr un camino para llegar hasta ahí. Esta
convicción es la base de las utopías renacentistas que se asientan sobre la
creencia basada en que el conocimiento será la salvación espiritual, moral y
política de la persona. Unida a la convicción anterior hay otra que recorre el
optimismo antropológico sobre esta cuestión: la naturaleza común del ser humano
tiene un propósito que se asienta también en el conocimiento de lo que se
quiere y en su realización para ser feliz. El conocimiento se convierte en una
virtud, pues orienta la vida en el ámbito de los valores y sirve para elegir
siempre lo mejor. Un ser racional como la persona realizará siempre aquello que
le traiga felicidad.
En esta búsqueda del tesoro de la utopía se encuentra la
doctrina común a todas estas visiones, a saber, la existencia de verdades
universales para todos, siempre y en todo momento, expresadas en reglas
universales. Lo que ocurre es que esta uniformidad y universalidad se ha ido
poniendo en tela de juicio durante la historia.
El desarrollo de las ciencias naturales sitúa nuevamente un plano de unidad en el cosmos, el cual siendo único posibilita el estudio de su diversidad mediante un sistema simple, ordenado y coherente.
Esto lleva a
pensar sobre la posibilidad de crear un sistema que ayude a buscar soluciones a
los problemas humanos. Tal cuestión era un principio ilustrado que se basaba en
el supuesto de la inteligibilidad de la naturaleza humana, examinable, y esto
era fundamental en ese programa para averiguar qué es la persona, lo que
necesita para lograr su plenitud mediante medios que lo posibiliten. Así la
persona satisface sus necesidades y logra ser feliz. Ahora bien, ¿es esto
posible? Por ahora no porque no se opta por la razón.
Sigue analizando el hecho de que el racionalismo provocó
una resistencia que emergió de lo irracional del ser humano. Esta reacción se
produjo principalmente en una Alemania humillada por sus vecinos franceses en
todos los ámbitos. Alemania vivió acomplejada hasta el siglo XVIII en el que
comienza un contraataque basado en la tenencia de unos valores verdaderos, en
aquello que da sentido a la vida de la persona, basada en la vivencia interior
de relación con Dios en confrontación con el hecho francés, que se consideraba
como vacío. Interesante es en este sentido la aportación de Johann Herder que
viene a decir que no existe un orden de valores que encumbre o abaje a una
nación, sino que cada nación encuentra su gravedad moral en el desarrollo de
las propias necesidades nacionales, diferentes y únicas. Cada cultura es
diferente y esto es lo que la hace única e individualiza a cada uno de sus
miembros. Ninguna es superior sino diferente porque sus fines son diferentes.
En esta diversidad radica sus valores. La cultura supone un arraigo en un lugar
y en un espacio-tiempo concretos que caracterizan a los pueblos. Esta
diversidad de las sociedades con sus fines muestra que la idea de sociedad
única, utópica, es incoherente.
Valentín González Pérez
Utopía y sociedad perfecta
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