La filosofía como fetiche de moda
La filosofía está de moda. ¿Verdad? Por lo
menos así lo anuncian los medios de comunicación desde hace un tiempo. Abundan
los titulares que hacen esta misma afirmación. También las empresas que dicen
buscar filósofos y filósofas para sus plantillas en un afán de dar una capa de
lustre y prestigio a su actividad. Pero no solo hablan las palabras. También
los actos. Este último año han aumentado un 33% las matriculaciones en la
carrera de Filosofía. Todo esto hace que la percepción general de la filosofía
como disciplina sea cada vez más positiva. O, cuando menos (pues no comparto la
opinión de muchos de mis colegas de que la nuestra es una vocación eternamente
vapuleada y menospreciada), más popular.
Por lo que a mí respecta no hay ningún
problema con esta tendencia al alza de la filosofía. No me parece de una
magnitud lo suficientemente grande como para que vaya a tener repercusiones de
peso en ningún ámbito. Además, entrar a valorar modas concretas es un hábito
poco fructífero. Esencialmente porque están destinadas a ser pasajeras y para
cuando nuestra crítica haya surtido efecto nadie se acordará del fenómeno en
cuestión. Muy otra cosa sería criticar el concepto de moda como tal, pero ese
es tema para futuras columnas.
Sin embargo, me gustaría poner el foco sobre
un aspecto concreto que no es propio de la reciente moda filosófica (de lo
contrario estaría contradiciéndome con el párrafo anterior), pero que esta ha
amplificado. Se trata de la fetichización de la filosofía. Por esto último me
refiero a una sobrevaloración de tintes entre románticos y religiosos a la que
nuestra disciplina tiende a verse sometida, tanto desde dentro como desde fuera
del gremio.
A la versión contemporánea y popular de
este tópico bien podríamos llamarla «visión
empresarial de la filosofía». No solo
porque emana del mundo de la empresa, sino porque desemboca laboralmente allí.
En un artículo para el periódico Hoy están reflejados todos
los rasgos de este nuevo credo. Las compañías buscan filósofos/as. Al parecer
nuestro «espíritu crítico y creativo» y nuestra «percepción periscópica y multidisciplinar de las situaciones» nos vuelven «profesionales cada vez más codiciados en las altas esferas de
los sectores económicos, políticos y sociales».
Así, el Estado Noruego dispone de un
filósofo para asesorar a sus mandatarios sobre cómo reorientar hacia el
bien público las inversiones de su fondo soberano. Las grandes
empresas estadounidenses cuentan también con filósofos en su plantilla para
orientar éticamente sus decisiones. Gonzalo Mendoza, director
de la Escuela de Filosofía de Madrid, sostiene que lo que nos hace relevantes
en las empresas es la capacidad para «pensar
fuera de la caja». Y más adelante Pilar
Llácer afirma que quienes diseñan algoritmos necesitan a su lado: «a un filósofo que reflexiones sobre las
variables de edad, sexo, raza, zona geográfica u otras».
Los atributos tales como
espíritu crítico y creativo, percepción periscópica y multidisciplinar o pensar
fuera de la caja los englobaré en la más general y manida categoría de
«pensamiento crítico». Las referencias a la ética, el bien público y las
variables irán agrupadas bajo el rótulo de «conciencia social». Pues bien, ¿son
estas dos características que nos hacen laboralmente codiciados a ojos de las
empresas exclusivas de la filosofía y de las filósofas/os?
Sin esmerarnos mucho en
la respuesta podríamos decir que también la antropología, la psicología o la
sociología, entre otras, podrían cumplir el mismo papel. Siendo un poco más
incisivos, quizá cabría añadir que la idea misma de atribuir cualidades tan
básicas como el pensamiento crítico y la conciencia social tal y como las hemos
definido aquí a profesionales con una formación concreta me parece siniestro.
Es como si de esa manera eximiésemos al resto de personas de tener estos
atributos. Mas ¿de verdad nos podemos permitir que un solo individuo se
encargue de labores tan básicas como pensar multilateralmente o sopesar las
consecuencias ético-políticas que se desprenden de la actividad comercial de
una empresa?
Cualquiera,
independientemente de los estudios que haya cursado, puede y debe cultivar el
pensamiento crítico y multilateral. Tareas como educar a una clase de
adolescentes, programar un experimento o encontrar los cultivos más eficientes
requieren tanto de este como la filosofía. Más aún, cualquiera debería ser
consciente de las desigualdades sociales y las injusticias que nos circundan y
entender cómo nuestras acciones pueden perpetuarlas. Mucha gente lo es y solo
una minoría ha estudiado filosofía.
Puede que no haya sido
coherente con mis propias palabras y que finalmente sí que haya criticado una
moda. Pese a todo, no debemos olvidar que el Grado en Filosofía es una carrera
universitaria más y que quienes nos dedicamos a la filosofía no tenemos una
inclinación natural hacia esta versión del pensamiento crítico y la conciencia
social. No son propiedad exclusiva de nadie, sino cualidades al alcance de
todas las personas, tanto en su faceta profesional como en cualquier otra. Pero
hacer gala de ellas exige un esfuerzo previo. Por eso, en vez de pavonearnos de
la excepcionalidad de nuestro campo o dejarnos halagar por contratadores
varios, más nos valdría enredarnos con el resto de disciplinas, académicas o
no, y poner los pies en la tierra, con todo lo que eso implica intelectual y
políticamente hablando.
A continuación van los enlaces a los artículos usados de referencia:
"La filosofía está de moda", El Periódico:
https://www.elperiodico.com/es/sociedad/20161110/filosofia-esta-moda-estudiantes-universidad-5620321
"Aumentan un 33% las matriculaciones en Filosofía", Telemadrid:
"Los filósofos, los nuevos gurús de las empresas", Hoy:
Pavlo Verde Ortega
La filosofía como fetiche de moda
Cómo citar este artículo: VERDE, PAVLO. (2022). La filosofía como fetiche de moda. Numinis Revista de Filosofía, Año 1, 2022, (CM3). http://www.numinisrevista.com/2022/09/la-filosofia-como-fetiche-de-moda-pavlo.html
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