El fenómeno de la inclusión «forzada»
El auge de las plataformas
de streaming es una consecuencia directa del Big Bang de
Internet. La World Wide Web y su entramado permiten que el
usuario tenga a su alcance una cantidad cuasi infinita de información y
productos. En la mayoría de las ocasiones, es al internauta al que le toca la
tarea de filtrar, superar el estado inducido de ansiedad por disponer de tantas
opciones, elegir y, finalmente, consumir. Es innegable que los sucedáneos
de Netflix actualmente tienen el dominio de la producción cultural en el
formato audiovisual. El poder que tienen como medios de comunicación de masas
es indiscutible. Además, han colaborado en transformar la experiencia estética
con respecto a la imagen en movimiento. Dicho de otra forma: la serie ha
ocupado el lugar que antes encabezaba el cine, y ahora las historias de la gran
pantalla se pueden disfrutar cómodamente desde su salón.
En el espacio de opinión que se
crea a raíz de estas plataformas resuena últimamente un eco aquejado de una
supuesta inclusión forzada que respondería al mandato de una siniestra dictadura progre, término
creado por los inocentes detractores de la misma. El murmullo disconforme procede
de cierto espectador que se remueve en su asiento al ver como crece la
representación en pantalla de personas no blancas o no heteronormativas, y
frunce el ceño ante el aumento de personajes femeninos en papeles
protagonistas. A veces, incluso llegan a relacionar directamente la caída de
suscripciones en Netflix con la evidente apuesta por la inclusión que reflejan
sus más recientes producciones. De esta manera, se descartan otras potenciales
causas quizá incluso más probables, como la disminución de calidad en sus
lozanos estrenos o la tendencia creciente de contratar y compartir una única
cuenta que hace más rentable el proceso de consumo para el usuario.
Se debe aclarar que efectivamente
puede admitirse que en los últimos años se ha vivido una clara deriva
ideológica hacia el campo de la izquierda. Las luchas sociales que este sector
abandera se han extendido y amplificado, mientras que las demandas de los
colectivos marginados han ganado masa y terreno. Cada uno de estos grupos tiene
muy clara su protesta concreta, pero recientemente la interseccionalidad
fomenta la solidaridad para con otras luchas y sujetos vulnerables. Esto hace
que la izquierda se plantee por parte del opositor como un cosmos general
susceptible a una crítica global, incluso en los casos más concretos, por
ejemplo, como sucede cuando se presencia el menor síntoma de una representación
forzosa de personas habitualmente invisibilizadas. Es decir, cuando el
espectador se topa con un protagonista queer mal construido,
en vez de culpar al creador de dicho personaje, acusa a la izquierda y a los
sujetos del colectivo LGTB de ser los autores intelectuales del crimen.
La fibra sensible de los
escandalizados se enerva ya del todo cuando se trata de las infames
adaptaciones. Por aquel fenómeno que señalábamos al principio de la
proliferación de demasiadas opciones al alcance del usuario, parece ser que no
hay filme que consiga emocionarnos como en otros tiempos. Al parecer, apelar a
la ineludible nostalgia de los clásicos que ya han conseguido conmovernos es
una buena estrategia de ventas. Los libros también se llevan a la pantalla
para cumplir con este objetivo. Por ello, nos encontramos con que las
principales franquicias del cine estrenan sus nuevas versiones desde una
presunta mirada feminista, mientras que obras como El Señor de los
Anillos se vuelven a retomar, pero rompiendo con el molde
tradicionalmente sesgado en cuanto a la fisionomía de sus personajes.
El espectador quejica —que
normalmente no tiene problemas para encontrarse reflejado en una cinta—, no
desea reflexionar acerca de las virtudes de ampliar el espectro de
representación en los medios culturales. Por el contrario, prefiere alegar que
este fenómeno no es algo necesario, o que se debe anteponer la voluntad
original del autor a la transgresión de un dañino canon. No obstante, como
sociedad, debemos preguntarnos por qué nos molestan ciertos cambios en la
adaptación de unos personajes y tomar conciencia sobre cómo incluso el terreno
de nuestra imaginación parece estar colonizado por un sesgo de privilegio.
Este sesgo tiene su propio método
de reproducción particular: tanto el autor de la obra como el receptor de la misma
suelen pertenecer a nuestro sistema. Este, entre otras facetas, se caracteriza
por favorecer una tiranía de la mayoría,
como argumenta Jonh Stuart Mill en su obra Sobre la libertad. Quizá
nos molesta el auge de representación de los colectivos invisibilizados
precisamente porque las saca del armario y hace evidente su presencia. Este
acto de transparencia se contrapone a la propia tendencia sistémica de apartar
a las minorías. Nosotros, al formar parte de ese sistema y, por tanto, de ese
sesgo, lo ratificamos y reforzamos cuando denunciamos, por ejemplo, que a
nuestro personaje favorito le han oscurecido la piel.
En el denso humo del debate
social parece desecharse una valiosa reflexión con respecto a este fenómeno. La
introducción de la diversidad en los medios es un ejercicio necesario para una
sociedad cada vez más globalizada, por tanto, también variada. Evidentemente,
las grandes empresas al mando del volante de la inclusión, no están llevando a
cabo esta revolución con la intención de visibilizar minorías históricamente
apartadas. Ante las demandas cada vez más crecientes de los colectivos que han
logrado alzar la voz, se han visto obligadas a considerar que cada marginado
equivale a un consumidor, por tanto, implica también para ellos una oportunidad
de ampliar su mercado objetivo.
Es precisamente por ello por lo
que la discusión sobre la inclusión “forzada” habría de tomar como objeto de
denuncia a las propias empresas que tienen el poder sobre cuando comenzar y
detener su visibilización; no es justo dirigir la ofensiva a los colectivos
vulnerados simplemente porque soliciten representación. La cultura tiene la
enorme ventaja de ser un campo flexible en el que cabe la reinterpretación.
Quizá habríamos de sacarle provecho y reflexionar acerca de qué es más
importante: el atesoramiento de una obra estática que replica sesgos dañinos
para la sociedad o su capacidad de cambio y su posible transformación en una
obra dinámica y heterogénea.
María Sancho de Pedro
El fenómeno de la inclusión «forzada»
Cómo citar este artículo: SANCHO DE PEDRO, MARÍA. (2022). El fenómeno de la inclusión «forzada». Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 1, (CL2). ISSN ed. electrónica: 2952 4105. http://www.numinisrevista.com/2022/09/el-fenomeno-de-la-inclusion-forzada.html
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Interesante aproximación!
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