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Sobre la Educación - Tomás Bravo Gutierrez


Sobre La Educación

Hablar de educación es como hablar de la cocina, todo el mundo tiene una, pero no todos la usan, y algunos es preferible que nunca lo hagan. La mayoría hablan de ella como si la poseyeran, como si tuvieran muy claro qué cosa es y cuál su modo de realizarse, inconscientes muchos de que probablemente no tengan ni la más remota idea de lo que están diciendo.
 
El principal problema de este arte consiste en que se imparte, es decir, en que no se adquiere por la gracia de Dios ni se obtiene de una tómbola en la feria. Es por esto por lo que nuestra centuria, nuestro queridísimo siglo XXI, tiene de aquella lo que España de europea. La educación es algo que se recibe, que se transmite, que pasa de generación en generación, que está llamada a formar a hombres y mujeres en lo que a cada uno de ellos respecta, con sus maravillosas diferencias, matices y peculiaridades. Por esto mismo una sociedad que mira con ojos inquisitoriales ‘lo tradicional’, visto como algo caduco con lo que se ha de romper y superar, está destinada –como lo está nuestra época– a errar en su caminar.
 
La palabra educación proviene del latín educatio [1], que significa crianza o entrenamiento, y esta del verbo educare [2], que a su vez deriva de educere [3], lo que quiere decir conducir o guiar hacia fuera. Nuestra situación actual dista mucho de esta comprensión de la educación, que atañe tanto a jóvenes como a mayores; y no solo se trata de un conjunto de normas o modales a seguir, de unas determinadas formas o quehaceres propios de quien sabe comportarse tanto en público como en privado. La educación también debiera identificarse con la orientación misma hacia la cual tienden por naturaleza cada hombre y mujer por el mero hecho de serlo, y  está se ha de sembrar y recoger en cada caso particular para que aquellos lleguen a convertirse algún día en aquello a lo que fueron llamados.
 
Nuestro siglo, como decíamos, nos ha puesto las cosas difíciles, quizá más que nunca. La educación se encuentra ‘a la baja’, y falta muy poco para que aquella situación se vuelva de alguna manera irreversible. Por esto quisiéramos comenzar enumerando algunos de los problemas fundamentales de nuestra sociedad, algunas de las que me he permitido llamar ‘cadenas de nuestro tiempo’, grandes o pequeños grilletes que entorpecen e impiden al hombre ser algo más, ser mejor.
 
La mayor preocupación del mocoso promedio actual consiste en jugar a los videojuegos, mal divertirse, salir de fiesta, emborracharse y en excepcionales casos estudiar desde los 0 a los 18 años; edad que suele extenderse hasta los 30 o más en determinados grupos de la villanía. Los nuevos superpapás, hombres y mujeres que estiran el chicle de la biología hasta límites insospechados, castran a sus hijos sin saberlo, les evitan toda clase de dolores y sufrimientos, tratan siempre de eliminar cualquier halo de adversidad o problema futuro. En una frase, amamantan a sus hijos hasta que estos pasan directamente al ron con Coca-Cola.
 
Todo ello, claro está, en aras de una promesa: ‘darles a sus hijos lo mejorcito del mercado’. Dicho de otro modo, darles aquello que sus papis nunca tuvieron y ahorrarles la lucha y la renuncia que supone no tenerlo, pensando así que ellos serán más felices, mejores, más.
 
Además de esto nos encontramos con el selecto sector de la sociedad que ha trastocado y corrompido cuanto quedaba del hombre en el hombre y de la mujer en la mujer. Estamos hablando, efectivamente, de las ridículas propuestas que no dejan ni a uno ni a otro llegar a ser lo que están llamados a convertirse. El chuleta de hoy en día, que nada tiene que ver con el famoso don Juan de antaño, no solo no conquista, sino que es conquistado; la repipi de hoy en día, que tampoco se identifica con ninguna de las princesas con las que habíamos soñado, no solo no se deja conquistar, sino que es ella la que conquista. Porque en nuestros tiempos abrirle la puerta a una mujer, cederle el asiento, invitarla a una cena o llevarla como a una señorita se ha vuelto un micromachismo; y a su vez, no abrirla, no cederla, no invitarla o no llevarla una falta de educación.
 
Todo ello, claro está, en aras de un derecho: ‘ser iguales ante la ley y la sociedad’. Dicho de otro modo, que el café hace de la leche y la leche del café, que ninguno de los dos tiene muy claro quién es y cuál su papel.
 
Pero no clamen al cielo todavía, aún hay más, mucho más. Uno de los mayores terremotos a los cuales se ha sometido nuestro planeta, y no estamos hablando de Valdivia, es el absoluto bombardeo al que se someten nuestros queridos bribones a través del ordenador, las tabletas, los móviles, las TV y las revistas desde que no tienen ninguna clase de conciencia en adelante. En la mayoría de los casos esta enfermedad es crónica y suele brotar entre los 0 a los 100 años.
 
Desde que los niños salen del útero, y esto dependerá de la medida en que supongan para sus padres un verdadero coñazo o no, el dictador promedio pasa una cuantiosa cantidad de tiempo delante de un aparato cuadrado cada vez más fino y sutil que reproduce imagen y sonido sin límites. Sin nada más ni nadie más que su ombliguito por delante y sus preciosas piernas ‘para comérselas’ en el sofá, bien tiradito en él, que es donde debe estar.
 
Todo ello, claro está, en aras de una necesidad: ‘los papás tienen que descansar’. Dicho de otro modo, que están muy cansados de tener que perseguirles día y noche para educarles, o lo que es lo mismo, que en la tripita de mamá daban menos guerra.
 
Por si fuera poco lo dicho, y eso que no hemos querido meter demasiada leña al fuego, ‘nuestros peques’ –que de nuestros tienen poco y de peques tienen menos– se encuentran ante una de las más hipersensibles e hipersexualizadas épocas de la historia. Las carnicerías del siglo XXI venden sus productos gracias a internet, medio a través del cual se distribuye con sumo lujo de detalle toda clase de entremeses y piezas; de los pies a la cabeza, pasando por las patas, las caderas, el lomo y las costillas, los pechos y el cuello...
 
El cuerpo, que de suyo era sexuado, se ha hipersexualizado, la carne prima sobre el espíritu, mis huesos y mi piel valen más que mi vergüenza, mi pudor, mi orgullo y mi infinitésimo valor; soy como un cochinillo, directo al matadero, a que me pongan una etiqueta donde especifique peso, altura, aspecto y textura. La hipersensibilización, otro de los grandes avances de nuestro tiempo, ha conseguido también que nuestros hombres y mujeres –pero en especial los primeros– se enfrenten a la pura y cruda realidad como las mariposas a los pesticidas. Es decir, de ninguna de las maneras, huyendo como se pueda y salvándose quien pueda.
 
Todo ello, claro está, en aras de un ideal: ‘eres el dueño y señor de ti mismo’ y ‘que nada ni nadie te pare’. Dicho de otro modo, que no vales más que lo que otros puedan decir de ti o, lo que es aún peor, que los problemas y las dificultades propias de la realidad son anomalías de la vida que te impiden llegar a ser quien tú quieres ser.
 
Con todo esto no quisiera yo que se vinieran abajo, desmontarles una mentira que jamás conocerán o trastocar aquel modo de pensar que tan grandes y sorprendentes avances les está causando.
 
Pues no se trata, evidentemente, de que sus hijos sean espartanos, que aprendan a afrontar y a enfrentarse con la realidad, con cada una de las dificultades y problemas que presenta la vida. Tampoco que se comporten como caballeros, que traten a los 'ojitos derechos de papa’ como mujeres, que las quieran como nadie antes lo había hecho, y que las acaricien, miren y hablen de igual forma. Ni mucho menos digo que no sean catetos del montón, que coman y beban como señores, que aprendan a ser sobrios y audaces, que sepan mirar más allá de lo que otros pueden ver, siquiera imaginar. En una palabra: valientes.
 
Lejos de mí el que sus hijas sean princesas y reinas de ningún castillo, que se sientan elegidas por encima de todo y de todas, o que puedan percibirse como únicas e irrepetibles, que merezca la pena mil justas para conquistarlas. Ni que decir tiene que no pretendo yo que los ‘ojitos derechos de mama’ aprendan lo que no aprendieron de su padre o de su madre, o que las jovencitas se quieran más de lo que se quieren, o que se valoren un poquito más de lo que se valoran. Y lo que jamás querría, por encima de mi cadáver, que fueran muy eróticas, muy maternas, que supieran a dónde van, de dónde vienen, quiénes son o por qué merecen lo que merecen.  En una palabra: cautivantes.
 
Tomás Bravo Gutiérrez
Sobre la Educación
 

[1] REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Diccionario de la lengua española, 23.ª ed., [versión 23.5 en línea]. [16/8/2022]
[2]Ídem
[3]http://etimologias.dechile.net/?educar
 

Cómo citar este artículo: BRAVO GUTIÉRREZ, TOMÁS. (2022). Sobre la Educación. Numinis Revista de Filosofía, Año 1, 2022, (CM2). http://www.numinisrevista.com/2022/08/sobre-la-educacion-tomas-bravo-gutierrez.html


 
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2 comentarios:

  1. "amamantan a sus hijos hasta que estos pasan directamente al ron con Coca-Cola", esta es la que más me ha molado Tomy... Jajaja. En cuanto a una visión crítica global del artículo: excesividad en el tono irónico, pero objetivamente cierta.

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  2. Me gustaría verte profundizar en el análisis, a veces siento que se queda en mera descripción con un tono provocativo que, cierto también, hace que no puedas despegar los ojos del artículo. Me preocupa también que este fenómeno que señalo pueda hacer que te haya malinterpretado en ciertas cuestiones. De todas formas, a nivel general, la columna está brillantemente ejecutada.

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