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Lo Personal y lo Político - Pavlo Verde Ortega


Lo Personal y lo Político

Una de las grandes lecciones que el feminismo de la segunda ola nos transmitió se puede encapsular en su lema “Lo personal es político”. Se desconocen el origen exacto y la autora de este célebre eslogan, que adquirió carta de naturaleza en 1970, cuando se publicó un artículo homónimo de Carol Hanisch. Esta niebla en torno a su procedencia no impidió que su mensaje impregnase toda la labor teórica y práctica de las feministas ya entonces. Más aún hoy, pues sigue siendo una de las bases de la reflexión y la acción feministas.
 
Ahora bien, ¿cuál es la filosofía que se esconde detrás de esta sentencia? Esencialmente, escrutar parcelas de la realidad en principio apolíticas para hallar las tramas sociopolíticas que las constituyen. Lo que era un asunto personal, es decir, único e intransferible y cuya resolución queda a la voluntad de cada cual, se vuelve político, o sea, generalizado y con causas y consecuencias sociales en las que se puede intervenir colectivamente para accionar cambios. La sexualidad, por ejemplo, que aparentemente no es más que un asunto de alcoba que involucra a un número reducido de personas, se muestra a través de las lentes feministas como un campo de reproducción de dinámicas patriarcales. De ahí que pueda ser un tema tan político como la prima de riesgo.
 
Hasta aquí todo bien. Necesitamos herramientas para problematizar cuando es necesario aquellas áreas de la realidad que aparentan ser diáfanas. También dentro del ámbito de la intimidad. Por eso el lema “lo personal es político” y todo lo que implica sigue siendo tan pertinente. Las dificultades surgen cuando emprendemos el camino contrario y tratamos de ir de lo político a lo personal. De esta forma convertimos y los debates entre posturas enfrentadas en lances donde lo que está en juego es el prestigio de ciertos individuos.
 
Un primer vicio en este tránsito de lo político a lo personal es lo que podemos llamar la trampa de la coherencia. Su premisa consiste en entender las ideologías y los movimientos políticos como estilos de vida o identidades. Así, cada sistema de convicciones iría inextricablemente aparejado a una serie concreta de hábitos, gustos y comportamientos. Esta firme ligazón entre nuestra personalidad y nuestras ideas políticas es peligrosa en varios sentidos.
 
Antes que nada, porque un empeño excesivo por conciliar lo que hacemos y lo que pensamos puede conducirnos a la obsesión y obligarnos a modificar cada vez más facetas de nuestra vida hasta volverla casi disfuncional. Por otro lado, si establecemos un corpus de lo que debe decir, leer, vestir, comer, sentir… una persona para comulgar con una ideología sin contradicción nos dirigiremos inevitablemente al integrismo. Bastará con que una persona se desajuste del modo de vida que supuestamente acompaña a una postura política específica para que sus congéneres se sientan con derecho a defenestrarla por cualquiera de sus “herejías”.
 
Asimismo, este tipo de ortodoxias, que no dejan de ser estereotipos, puede usarse como arma arrojadiza por parte de nuestros oponentes políticos con el fin de descalificar nuestras ideas. Si aceptamos, por ejemplo, que una persona ecologista debe ser vegetariana (lo contrario sería una crasa incoherencia) y encontramos a una que no lo es, alguien contrario al ecologismo podría usar la dieta de la persona en cuestión para desacreditar sus convicciones políticas en bloque. Por supuesto, se trata de un ad hominem y como instrumento retórico es paupérrimo. Por desgracia, criticar ideas con base en un desajuste entre lo que estereotípicamente debería ser una identidad política y las identidades particulares de quienes la defienden resulta mucho más habitual de lo que debería. Lo último que cabría hacer es fomentar un clima dialéctico en el que estas estrategias puedan proliferar.
 
Con esto no quisiera transmitir el mensaje de que la coherencia entre el pensamiento, la palabra y las obras no sea importante. Ahora bien, cuando estamos dirimiendo cuestiones políticas apelar en exceso a la coherencia puede tornarse en una trampa. La razón es simple: este tipo de coherencia es un asunto individual, mientras que la política, aunque debe aspirar a cambiar la conducta de las personas concretas allí donde sea necesario (partiendo siempre desde el respeto a los individuos), es el arte de lo colectivo. Lo que prima o debería primar en política es la transformación estructural, antes que los atributos individuales, que en todo caso se modificarán a la luz de las estructuras renovadas.
 
Por ello quizá deberíamos aplicarnos las enseñanzas de dos pensadoras ilustres. La primera, Hannah Arendt, nos insta a preocuparnos menos por la coherencia entre lo que hacemos y lo que pensamos/decimos y más por la coherencia entre las oraciones de nuestros discursos. Así lograremos ideas políticas más abiertas, matizadas y alejadas del dogmatismo. Algo que se echa en falta en la mayoría de intervenciones públicas tanto en la política institucional como en las discusiones informales, donde es más importante salvar los muebles que tener ideas bien construidas. La segunda, bell hooks, propone dejar atrás el “yo soy” en relación con las ideologías y utilizar en cambio “yo defiendo”. En vez de afirmar “soy feminista”, “soy liberal”… digamos mejor “defiendo el feminismo” o “defiendo el liberalismo”. “Una frase como ‘yo defiendo’”, sostiene hooks, “no implica el tipo de absolutismo que sugiere la frase ‘yo soy’. Nos enreda en el pensamiento dualista ‘esto o aquello’ que es el componente ideológico central de todos los sistemas de dominación en la sociedad occidental” (1) . Podríamos ir un paso más allá que hooks y aseverar que más que “yo soy”, la construcción que deberíamos emplear para certificar un compromiso político es “nosotros/as hacemos”.
 
Ya concluyendo, señalemos un último aspecto en el que convertir lo político en personal resulta nocivo. Cuando hacemos de nuestras ideas políticas en el rasgo decisivo de nuestra personalidad lo más probable es que cualquier discusión política se transforme en una rencilla entre particulares. Así lo vemos cotidianamente. Basta un desacuerdo político para que dos personas empiecen a llevarse mal. A la inversa, la afinidad ideológica es uno de los rasgos que mejor valoramos en las personas cercanas. Aunque tenemos derecho a guardar distancias ante determinadas posiciones políticas, especialmente las más autoritarias o discriminatorias, la segregación ideológica que domina nuestra vida social nos limita como individuos y empobrece nuestro pensamiento al alejarnos de las posturas contrarias que puedan contaminar la nuestra. A su vez, se retroalimenta con los otros vicios que ya hemos comentado y nos hace recaer en la trampa de la coherencia, con las obsesiones e integrismos que la acompañan y el consecuente deterioro de la esfera pública.
 
Las auténticas políticas de identidad no son el hombre de paja que los sectores conservadores esgrimen para criticar las legislaciones en favor de la inclusión de minorías a base de cuotas y discriminaciones positivas. Son el esfuerzo invisible pero constante que todos y todas acometemos para generar pureza en nuestra forma de ver el mundo y movernos por él. El esfuerzo por convertir lo político en la base de nuestra personalidad, de nuestra identidad. Invirtamos nuestras fuerzas en desandar este camino y dediquémonos mejor a politizar lo personal allí donde sea necesario.


Pavlo Verde Ortega
Lo Personal y lo Político

 
(1). hooks, b (2020). Teoría feminista: de los márgenes al centro. Traficantes de sueños: Madrid (España)


Cómo citar este artículo: VERDE ORTEGA, PAVLO. (2022). Lo Personal y lo Político. Numinis Revista de Filosofía, Año 1, 2022, (CM1). http://www.numinisrevista.com/2022/08/lo-personal-y-lo-politico-pablo-verde.html 






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2 comentarios:

  1. Me gusta pensar en la triada “yo hago”, “yo defiendo”, “yo soy”; como una cadena teleológica interrelacionada y necesaria en el sujeto político del feminismo, más que como mera sustitución o evolución de conceptos políticos

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    1. Se puede ver el "yo soy" como un ideal regulativo, es buena idea. Pero aun así yo diría que centrarse demasiado en la identidad nos puede nublar

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