De Secretos y Libertades
Las recientes reformas del gobierno de Pedro Sánchez con respecto a la ley de secretos oficiales han generado una inmensa controversia. Esto no es para menos ya que si todo sigue su curso podríamos vernos con una ley que facilite la deriva autoritaria, no únicamente de este gobierno, el cual está cayendo en un abismo sin paracaídas, sino de los próximos sin importar su ideología.
¿Cómo ha podido pasar esto? ¿Qué otros signos han habido? Porque como he dicho, no es la primera y por desgracia tampoco será la última. Desde hace tiempo, los gobiernos han legislado a base de decreto ley, una medida que se supone excepcional. Se manipula y politiza el poder judicial, el cual debiera ejercerse con independencia del resto y sus resoluciones respetadas en una democracia sana, siendo los indultos a figuras más que cuestionables una amenaza a la igualdad ante la ley. Se colabora con partidos cuya intención, completamente transparente, es la de romper España y a los españoles.
Desde el gobierno se ha hablado abiertamente de monitorizar las redes en busca de “desinformación”, “discursos del odio” etc., términos que fácilmente pueden retorcerse para lo que más le interese al estado y en una clara violación de nuestra privacidad. La pandemia no ha hecho más que acrecentar el control y poder estatal sobre los ciudadanos; siendo un ejemplo la declaración de la cuarentena como ilegal por parte del tribunal constitucional. Y estos no son más que algunos ejemplos que podemos observar, pero creo que con esta selección basta para recordar los recortes de nuestros derechos en los últimos tiempos.
Volvamos al tema principal: la nueva ley de secretos oficiales confiere un
poder extraordinario al estado para marcar cualquier tema de la agenda pública
como “secreto de estado” y, por lo tanto, acallar y ocultar cualquier tipo de
debate público que no le interese al gobierno de turno. Supongamos que al
gobierno no le interesa que la gente hable de cómo el presidente abusa del tan
conocido “Falcon”, pues a fuerza de decreto, se declara secreto de estado y fin
al tema entre el público y los medios de comunicación. ¿Es posible siquiera una
democracia decente en estas condiciones? Quizá lo más sangrante y descarado ha
sido el muy limitado tiempo que el gobierno ha dispuesto para interpelar
cualquier tipo de recurso. Quizá alguno piense que soy alarmista y exagerado,
pero creo que con los antecedentes que tenemos hay razones de sobra para estar
preocupado.
¿Quiénes se ven afectados por esta reforma? Los medios de comunicación. Puesto que el sector periodístico se ve el más implicado, uno se imaginaría la inmensa indignación de todo el sector y la gente que vive de una forma u otra de la información. Por supuesto la hay, pero brilla la ausencia de varios grandes medios vinculados a la izquierda, especialmente El País. El caso de este periódico no es una sorpresa, pues es un secreto a voces de que se trata del medio oficial del partido, y por lo tanto una narrativa crítica está fuera de posibilidades. Lo que realmente le hace arquear las cejas a uno es la actitud de otros grandes medios.
No digo esto por aversión ideológica, sino por lo pasmoso que resulta la hipocresía de muchos izquierdistas, que buscan dar más y más poder al estado, pero que se quejan amargamente cuando el gobierno cambia de manos a uno que no les es favorable, y es entonces cuando hablan de escraches, huelgas y protestas populares. Un día defienden la libertad de expresión de un rapero y el otro defienden que se peinen las redes en busca de discursos que consideren odiosos, o que se haga escarnio público de un comediante que "ha ido demasiado lejos" o que "ataca al débil".
La libertad de expresión y de información no es una cuestión de izquierda o
derecha, sino que constituye un derecho básico de cualquier democracia que se
precie. Es un principio por el que debemos de luchar cuando está en peligro,
especialmente cuando un estado cada vez más grande y expansivo busca retorcerlo
para sus intereses. Ya sea la protesta, los mensajes en redes sociales,
cualquier forma de protesta pacífica resulta esencial en estas circunstancias,
porque sentarnos de brazo cruzados, pensando que no tiene que ver con nosotros
es un paso atrás.
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Fabuloso análisis y conclusión, especialmente por la parte que reivindica como los derechos básicos no son cuestión de ideología, y deben de estar sujetos de una reflexión al margen de esta
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