Amor para dos
Amor para dos, para tres, o para cuatro si
hace falta. Por qué íbamos a escatimar en gastos si se puede fluctuar con
cualquiera, donde quiera y como quiera. En la discoteca, en la calle, en el
hotel de turno, en su casa o en la tuya. Él o ella se quieren mogollones, tanto
que no pueden dejar de pensar en una cama, único modo posible de expresarse la
locura de su amor. Están dispuestos a dárselo todo, pues se lo han dicho,
más aún, se lo ha prometido –por su abuela o por su abuelo, que en paz
descansen–. Él nunca te va a fallar, para nada, que va, ni de lejos, es
imposible, está buenísimo. Ella es una diva, una venus, un ángel caído del
cielo, una reina sin corona, no haría daño a una mosca.
Así como están, están genial. No tienen demasiados problemas, y discuten poco, muy poco, tanto es así que a veces ni hablan, porque no les hace falta, porque se ponen muy rápido como una moto... Perdón, quería decir, porque se quieren. Si, eso es, se quieren mucho, muchísimo, un día quizá exploten. Es que no pueden vivir sin el otro, se ahogan, se mueren, se derriten, se lo que sea. Y lo mejor de lo mejor, que han descubierto su media naranja, que son el uno para el otro, que son el uno del otro, que son uno, o sea, la leche.
Tiempo después, es decir, un par de meses,
o un par de años si son capaces de aguantarse sucederá lo irremediable. Él no
era así, o al menos no conmigo, esto ya no es lo mismo, en realidad era un
capullo, que asco de tío, sabía yo. Ella no era así, algo ha cambiado, de
verdad que antes me gustaba, ahora paso completamente, menuda víbora,
sabía yo. En el fondo sabían, si, como diría Sócrates, que no sabían nada.
O sea, que eran unos completos desconocidos, pero no solo para el otro, sino
también para sí mismos. Y así, en un plis plas, se terminó su relación.
Ahora me pregunto, y me lo pregunto
seriamente, ¿qué fue lo que sucedió? A lo que solemos responder, estaban
enamorados, o peor dicho, enganchados –para ser sutiles–. Pero, ¿realmente
estaban enamorados?, ¿a qué llamamos enamoramiento?, ¿de verdad consiste en una
especie de ceguera patológica?, ¿en una embriaguez sin medida? Pensándolo bien
diré que sí, que sí y que no, pues es eso y mucho más, es todo a la vez;
como en una batidora, pero una en la que los ingredientes están bien
distribuidos, donde las cantidades se han calculado con precisión.
El término enamorado proviene del latín y significa ‘que le entró el amor’. Sus componentes léxicos son: el prefijo in- (dentro), el sustantivo amor (amor), más al sufijo -ado (que ha recibido la acción). Pero como a todos en la vida hay algunos a los que les entra el amor y a otros a los que les entra el picor. Y este, queridos amigos, es el principio de nuestro error. Enamorarse no se identifica, o no al menos solamente, con el arrebatador sentimiento que le provoca a uno el estar cerca del otro, aquellas mariposillas que tanta gracia nos hacen y que tanto gustirrinín nos causan.
No digo que esto no sea necesario, pues por algo habremos de empezar, y para ser sinceros no está nada mal. Sin embargo, suele pasar que en la mayoría de los casos tal estado se considera un fin en sí mismo o, dicho de otro modo, que aquí se está de locos. Por otro lado, y aunque resulte paradójico respecto de lo anterior, acostumbramos a percibirlo como algo efímero e intenso, lo que provoca aquella desazón en quienes lo dejan de experimentar.
Esta visión del enamoramiento suscita, por lo pronto, dos graves problemas. El primero y más obvio, que enamorarse resulta un coñazo, ya que antes o después, como eso a lo que llaman 'el arroz', se pasa. El segundo y más terrible, que enamorarse no tiene nada que ver, o por lo menos bastante poco, con eso que se ha descrito ahí arriba. ¿Para qué íbamos sino a perder el tiempo?, ¿por qué iba el hombre a desearlo tanto?, y, ¿qué busca encontrar este con su media naranjita?, ¿acaso están todos tan locos?, ¿es este el fin del amor?, ¿no habrá mucho más? Pues me temo que sí, que efectivamente, lo hay.
Imaginen por un momento un cuadro, pero no uno cualquiera, sino uno tan bien hecho que dieran ganas de llevárselo a casa, que de solo verlo te cautivase, que al olerlo te fascinase, y que al tocarlo te emocionase, con tanta delicadeza creado que pareciese que no puede contener ni un fallo, ni una grieta, ni un desliz. Pues ese cuadro es tu chica o tu chico, pero cuando te ha entrado el amor claro, pues sino está la cosa complicada. Ahora piensa en ese mismo cuadro, exactamente el mismo, que no ha cambiado nada, que sigue igual que antes, pero con una sutil diferencia: que has profundizado en él. Sumérgete pues en sus formas e investiga quien lo ha creado, de dónde le vino la idea y qué quiso expresar con él, contémplalo desde distintos puntos de vista y fíjate muy bien en cada detalle, en cada esquina, en cada color y matiz, en cada resalto del marco... Sigue así hasta el final, hasta que lo conozcas como si fuera tuyo, como si fuerais uno, como si realmente lo amases, como si entre él y tu no hubiera ya distancia, no hubiera ya diferencias, no hubiera ya nada. Entonces, y solo entonces, entenderás lo que es enamorarse.
En eso consiste amar, en todo eso y mucho más. Porque no sabemos mirar, y nos conformamos con una minúscula porción de la realidad, porque podríamos enamorarnos de verdad, y preferimos plantarnos en la ignorancia de la alteridad, porque nuestro queridísimo o queridísima es mucho más, pero nos basta con que sea mucho menos, porque finalmente, tememos al amor como al fuego, pero tendemos hacia este como al agua.
Enamorarse da miedo, da vértigo, da
cosita, da un poquito de dolor de tripa. Pero merece la pena, y tanto que la
merece, y tanto que se lo merece. Pues ella o él es más, maravillosamente
mejor, extraordinariamente increíble, apoteósicamente genial. Todo ello, claro
está, si aprendemos a mirar.
Tomás Bravo Gutiérrez
Amor para dos
Cómo citar este artículo: BRAVO GUTIÉRREZ, TOMÁS. (2022). Sobre la Educación. Numinis Revista de Filosofía, Año 1, 2022, (CM3). https://www.numinisrevista.com/2022/08/amor-para-dos.html
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Muy necesarias las preguntas que lanzas en el artículo!
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